Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Este sombrío y pálido semblante se iluminó momentáneamente
al entrar la madre y la hermana. Pero la luz se extinguió muy
pronto y sólo quedó el dolor. Zosimof, que examinaba a su
paciente con un interés de médico joven, observó con asombro
que desde la entrada de las dos mujeres el semblante del enfermo
expresaba no alegría, sino una especie de estoicismo resignado.
Raskolnikof daba la impresión de estar haciendo acopio de
energías para soportar durante una o dos horas una tortura que
no podía eludir. Cada palabra de la conversación que sostuvo
seguidamente pareció ahondar una herida abierta en su alma.
Pero, al mismo tiempo, mostró una sangre fría que asombró a
Zosimof: el loco furioso de la víspera era dueño de sí mismo hasta
el punto de poder disimular sus sentimientos.
-Sí; ya me doy cuenta de que estoy casi curado -lijo Raskolnikof,
abrazando cariñosamente a su madre y a su hermana, lo que llenó
de alegría a Pulqueria Alejandrovna-. Y no digo esto como te dije
ayer -añadió, dirigiéndose a Rasumikhine, mientras le estrechaba
la mano afectuosamente.
-Estoy incluso asombrado -dijo Zosimof alegremente, pues, en
sus diez minutos de charla con el enfermo, éste había llegado a
desconcertarle con su lucidez-. Si la cosa continúa así, dentro de
tres o cuatro días estará curado por completo y habrá vuelto a su
estado normal de un mes atrás..., o tal vez de dos o tres, pues
hace mucho tiempo que llevaba la enfermedad en incubación...
¿No es así? Confiéselo. Y confiese también que tenía algún motivo
para estar enfermo -añadió con una prudente sonrisa, como si
temiera irritarlo.
-Es posible -respondió fríamente Raskolnikof.
-Digo esto -continuó Zosimof, cuya animación iba en aumentoporque su curación depende en gran parte de usted. Ahora que
podemos hablar, desearía hacerle comprender que es
indispensable que expulse usted, por decirlo así, las causas
principales del mal. Sólo procediendo de este modo podrá usted
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