Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
¡miradme todos! Hace cinco días que no he puesto los pies en mi
casa, y los míos me buscan, y he perdido mi empleo. El uniforme
lo cambié por este traje en una taberna del puente de Egipto.
Todo ha terminado.
Se dio un puñetazo en la cabeza, apretó los dientes, cerró los
ojos y se acodó en la mesa pesadamente. Poco después, su
semblante se transformó y, mirando a Raskolnikof con una
especie de malicia intencionada, de cinismo fingido, se echó a reír
y exclamó:
-Hoy he estado en casa de Sonia. He ido a pedirle dinero para
beber.¡Ja, ja, ja!
-¿Y ella te lo ha dado? -preguntó uno de los que habían entrado
últimamente, echándose también a reír.
-Esta media botella que ve usted aquí está pagada con su dinero
-continuó
Marmeladof,
dirigiéndose
exclusivamente
a
Raskolnikof-. Me ha dado treinta kopeks, los últimos, todo lo que
tenía: lo he visto con mis propios ojos. Ella no me ha dicho nada;
se ha limitado a mirarme en silencio... Ha sido una mirada que no
pertenecía a la tierra, sino al cielo. Sólo allá arriba se puede sufrir
así por los hombres y llorar por ellos sin condenarlos. Sí, sin
condenarlos... Pero es todavía más amargo que no se nos
condene. Treinta kopeks... ¿Acaso ella no los necesita? ¿No le
parece a usted, mi querido señor, que ella ha de conservar una
limpieza atrayente? Esta limpieza cuesta dinero; es una limpieza
especial. ¿No le parece? Hacen falta cremas, enaguas
almidonadas, elegantes zapatos que embellezcan el pie en el
momento de saltar sobre un charco. ¿Comprende, comprende
usted la importancia de esta limpieza? Pues bien; he aquí que yo,
su propio padre, le he arrancado los treinta kopeks que tenía. Y
me los bebo, ya me los he bebido. Dígame usted: ¿quién puede
apiadarse de un hombre como yo? Dígame, señor: ¿tiene usted
piedad de mí o no la tiene? Con franqueza, señor: ¿me compadece
o no me compadece? ¡Ja, ja, ja!
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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