Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Zosimof se echó a reír de buena gana.
-Pero ¿para qué la quiero yo?
-Te aseguro que no te ocasionará ninguna molestia. Lo único que
tienes que hacer es hablarle, sea de lo que sea: te sientas a su
lado y hablas. Como eres médico, puedes empezar por curarla de
una enfermedad cualquiera. Te juro que no te arrepentirás... Esa
mujer tiene un clavicordio. Yo sé un poco de música y conozco esa
cancioncilla rusa que dice «Derramo lágrimas amargas». Ella
adora las canciones sentimentales. Así empezó la cosa. Tú eres un
maestro del teclado, un Rubinstein. Te aseguro que no te
arrepentirás.
-Pero oye: ¿le has hecho alguna promesa...?, ¿le has firmado
algún papel...?, ¿le has propuesto el matrimonio?
-Nada de eso, nada en absoluto... No, esa mujer no es lo que tú
crees. Porque Tchebarof ha intentado...
-Entonces, la plantas y en paz.
-Imposible.
-¿Por qué?
-Pues... porque es imposible, sencillamente... Uno se siente
atado, ¿no comprendes?
-Lo que no entiendo es tu empeño en atraértela, en ligarla a ti.
-Yo no he intentado tal cosa, ni mucho menos. Es ella la que me
ha puesto las ligaduras, aprovechándose de mi estupidez. Sin
embargo, le da lo mismo que el ligado sea yo o seas tú: el caso es
tener a su lado un pretendiente... Es... es... No sé cómo
explicarte... Mira; yo sé que tú dominas las matemáticas. Pues
bien; háblale del cálculo integral. Te doy mi palabra de que no lo
digo en broma; te juro que el tema le es indiferente. Ella te mirará
y suspirará. Yo le he estado hablando durante dos días del
Parlamento prusiano (llega un momento en que no sabe uno de
qué hablarle), y lo único que ella hacía era suspirar y sudar. Pero
no le hables de amor, pues podría acometerla una crisis de
timidez. Limítate a hacerle creer que no puedes separarte de ella.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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