Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
La niña, en vez de contestarle, acercó a él su carita, contrayendo
y adelantando los labios para darle un beso. De súbito, aquellos
bracitos delgados como cerillas rodearon el cuello de Raskolnikof
fuertemente, muy fuertemente, y Polenka, apoyando su infantil
cabecita en el hombro del joven, rompió a llorar, apretándose
cada vez más contra él.
-¡Pobre papá! -exclamó poco después, alzando su rostro bañado
en lágrimas, que secaba con sus manos-. No se ven más que
desgracias -añadió inesperadamente, con ese aire especialmente
grave que adoptan los niños cuando quieren hablar como las
personas mayores.
-¿Os quería vuestro padre?
-A la que más quería era a Lidotchka -dijo Polenka con la misma
gravedad y ya sin sonreír-, porque es la más pequeña y está
siempre enferma. A ella le traía regalos y a nosotras nos enseñaba
a leer, y también la gramática y el catecismo -añadió con cierta
arrogancia-. Mamá no decía nada, pero nosotros sabíamos que
esto le gustaba, y papá también lo sabía; y ahora mamá quiere
que aprenda francés, porque dice que ya tengo edad para
empezar a estudiar.
-¿Y las oraciones? ¿Las sabéis?
-¡Claro! Hace ya mucho tiempo. Yo, como soy ya mayor, rezo
bajito y sola, y Kolia y Lidotchka rezan en voz alta con mamá.
Primero dicen la oración a la Virgen, después otra: «Señor,
perdona a nuestro otro papá y bendícelo.» Porque nuestro primer
papá se murió, y éste era el segundo, y nosotros rezábamos
también por el primero.
-Poletchka, yo me llamo Rodion. Nómbrame también alguna vez
en tus oraciones... «Y también a tu siervo Rodion...» Basta con
esto.
-Toda mi vida rezaré por usted -respondió calurosamente la niña.
Y de pronto se echó a reír, se arrojó sobre Raskolnikof y otra vez
le rodeó el cuello con los brazos.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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