CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 233

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski Iba lentamente, sin apresurarse, inconsciente de la fiebre que le abrasaba, poseído de una única e infinita sensación de nueva y potente vida que fluía por todo su ser. Aquella sensación sólo podía compararse con la que experimenta un condenado a muerte que recibe de pronto el indulto. Al llegar a la mitad de la escalera fue alcanzado por el pope, que iba a entrar en su casa. Raskolnikof se apartó para dejarlo pasar. Cambiaron un saludo en silencio. Cuando llegaba a los últimos escalones, Raskolnikof oyó unos pasos apresurados a sus espaldas. Alguien trataba de darle alcance. Era Polenka. La niña corría tras él y le gritaba: -¡Oiga, oiga! Raskolnikof se volvió. Polenka siguió bajando y se detuvo cuando sólo la separaba de él un escalón. Un rayo de luz mortecina llegaba del patio. Raskolnikof observó la escuálida pero linda carita que le sonreía y le miraba con alegría infantil. Era evidente que cumplía encantada la comisión que le habían encomendado. -Escuche: ¿cómo se llama usted...? ¡Ah!, ¿y dónde vive? -preguntó precipitadamente, con voz entrecortada. Él apoyó sus manos en los hombros de la niña y la miró con una expresión de felicidad. Ni él mismo sabía por qué se sentía tan profundamente complacido al contemplar a Polenka así. -¿Quién te ha enviado? -Mi hermana Sonia -respondió la niña, sonriendo más alegremente aún que antes. -Lo sabía, estaba seguro de que te había mandado Sonia. -Y mamá también. Cuando mi hermana me estaba dando el recado, mamá se ha acercado y me ha dicho: «¡Corre, Polenka! -¿Quieres mucho a Sonia? -La quiero más que a nadie -repuso la niña con gran firmeza. Y su sonrisa cobró cierta gravedad. -¿Y a mí? ¿Me querrás? StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 232