Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-En esa esquina montan su puesto un comerciante y su mujer,
que tiene aspecto de campesina, ¿verdad?
-Aquí vienen muchos comerciantes -respondió el joven, midiendo
a Raskolnikof con una mirada de desdén.
-¿Cómo se llama?
-Como le pusieron al bautizarlo.
-¿Eres tal vez de Zaraisk? ¿De qué provincia?
El mozo volvió a mirar a Raskolnikof.
-Alteza, mi familia no es de ninguna provincia, sino de un
distrito. Mi hermano, que es el que viaja, entiende de esas cosas.
Pero yo, como tengo que quedarme aquí, no sé nada. Espero de la
misericordia de su alteza que me perdone.
-¿Es un figón lo que hay allí arriba?
-Una taberna. Hay un billar e incluso algunas princesas. Es un
lugar muy chic.
Raskolnikof atravesó la plaza. En uno de sus ángulos se apiñaba
una multitud de mujiks. Se introdujo en lo más denso del grupo y
empezó a mirar atentamente las caras de unos y otros. Pero los
campesinos no le prestaban la menor atención. Todos hablaban a
gritos, divididos en pequeños grupos.
Después de reflexionar un momento, prosiguió su camino en
dirección al bulevar V. Pronto dejó la plaza y se internó en una
calleja que, formando un recodo, conduce a la calle de Sadovaia.
Había recorrido muchas veces aquella callejuela. Desde hacía
algún tiempo, una fuerza misteriosa le impulsaba a deambular por
estos lugares cuando la tristeza le dominaba, con lo que se ponía
más triste aún. Esta vez entró en la callejuela inconscientemente.
Llegó ante un gran edificio donde todo eran figones y
establecimientos de bebidas. De ellos salían continuamente
mujeres destocadas y vestidas con negligencia (como quien no ha
de alejarse de su casa), y formaban grupos aquí y allá, en la
acera, y especialmente al borde de las escaleras que conducían a
los tugurios de mala fama del subsuelo.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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