Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Lo he notado en seguida -respondió Rasumikhine-. Presta
atención y se inquieta. Precisamente se puso enfermo el día en
que oyó hablar de ese asunto en la comisaría. Incluso se
desvaneció.
-Ven esta noche a mi casa. Quiero que me cuentes
detalladamente todo eso. Me interesa mucho. Yo también tengo
algo que contarte. Volveré a verle dentro de media hora. Por el
momento no hay que temer ningún trastorno cerebral grave.
-Gracias por todo. Ahora voy a ver a Pachenka. Diré a Nastasia
que lo vigile.
Cuando sus amigos se fueron, Raskolnikof dirigió una mirada
llena de angustiosa impaciencia hasta Nastasia, pero ella no
parecía dispuesta a marcharse.
-¿Te traigo ya el té? -preguntó.
-Después. Ahora quiero dormir. Vete.
Se volvió hacia la pared con un movimiento convulsivo, y
Nastasia salió del aposento.
VI
Apenas Se hubo marchado la sirvienta, Raskolnikof se levantó,
echó el cerrojo, deshizo el paquete de las prendas de vestir
comprado por Rasumikhine y empezó a ponérselas. Aunque
parezca extraño, se había serenado de súbito. La frenética
excitación que hacía unos momentos le dominaba y el pánico de
los últimos días habían desaparecido. Era éste su primer momento
de calma, de una calma extraña y repentina. Sus movimientos,
seguros y precisos, revelaban una firme resolución. «Hoy, de hoy
no pasa», murmuró.
Se daba cuenta de su estado de debilidad, pero la extrema
tensión de ánimo a la que debía su serenidad le comunicaba una
gran serenidad en sí mismo y parecía darle fuerzas. Por lo demás,
no temía caerse en la calle. Cuando estuvo enteramente vestido
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 190