Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Y volvió a lanzar un bostezo.
-¡Oh! Hace ya bastante tiempo que ha vuelto en sí: esta mañana
-dijo Rasumikhine, cuya familiaridad respiraba tanta franqueza y
simpatía, que Piotr Petrovitch empezó a sentirse menos cohibido.
Además, hay que tener presente que el impertinente y
desharrapado joven se había presentado como estudiante.
-Su madre... -comenzó a decir Lujine.
Rasumikhine lanzó un ruidoso gruñido. Lujine le miró con gesto
interrogante.
-No, no es nada. Continúe.
-Su madre empezó a escribirle antes de que yo me pusiera en
camino. Ya en Petersburgo, he retrasado adrede unos cuantos
días mi visita para asegurarme de que usted estaría al corriente
de todo. Y ahora veo, con la natural sorpresa...
-Ya estoy enterado, ya estoy enterado -replicó de súbito
Raskolnikof, cuyo semblante expresaba viva irritación-. Es usted
el novio, ¿verdad? Bien, pues ya ve que lo sé.
Piotr Petrovitch se sintió profundamente herido por la aspereza
de Raskolnikof, pero no lo dejó entrever. Se preguntaba a qué
obedecía aquella actitud. Hubo una pausa que duró no menos de
un minuto. Raskolnikof, que para contestarle se había vuelto
ligeramente hacia él, empezó de súbito a examinarlo fijamente,
con cierta curiosidad, como si no hubiese tenido todavía tiempo de
verle o como si de pronto hubiese descubierto en él algo que le
llamara la atención. Incluso se incorporó en el diván para poder
observarlo mejor.
Sin duda, el aspecto de Piotr Petrovitch tenía un algo que
justificaba el calificativo de novio que acababa de aplicársele tan
gentilmente. Desde luego, se veía claramente, e incluso
demasiado, que Piotr Petrovitch había aprovechado los días que
llevaba en la capital para embellecerse, en previsión de la llegada
de su novia, cosa tan inocente como natural. La satisfacción,
acaso algo excesiva, que experimentaba ante su feliz
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