Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
en que té desmayaste en la comisaría cuando se estaba hablando
de ello.
-¿Quieres que te diga una cosa, Rasumikhine? -dijo Zosimof-. Te
estoy observando desde hace un momento y veo que té alteras
con una facilidad asombrosa.
-¡Qué importa! Eso no cambia en nada la cuestión -exclamó
Rasumikhine dando un puñetazo en la mesa-. Lo más indignante
de este asunto no son los errores de esa gente: uno puede
equivocarse; las equivocaciones conducen a la verdad. Lo que me
saca de mis casillas es que, aún equivocándose, se creen
infalibles. Yo aprecio a Porfirio, pero... ¿Sabes lo que les
desorientó al principio? Que la puerta estaba cerrada, y cuando
Koch y Pestriakof volvieron a subir con el portero, la encontraron
abierta. Entonces dedujeron que Pestriakof y Koch eran los
asesinos de la vieja. Así razonan.
-No té acalores. Tenían que detenerlos... De ese Koch tengo
noticias. Al parecer, compraba a la vieja los objetos que no se
desempeñaban.
-No es un sujeto recomendable. También compraba pagarés.
¡Que el diablo se lo lleve! lo que me pone fuera de mí es la rutina,
la anticuada e innoble rutina de esa gente. Éste era el momento
de renunciar a los viejos procedimientos y seguir nuevos sistemas.
Los datos psicológicos bastarían para darles una nueva pista. Pero
ellos dicen: «Nos atenemos a los hechos.» Sin embargo, los
hechos no son lo único que interesa. El modo de interpretarlos
influye en un cincuenta por ciento como mínimo en el éxito de las
investigaciones.
-¿Y tú sabes interpretar los hechos?
-Lo que té puedo decir es que cuando uno tiene la íntima
convicción de que podría ayudar al esclarecimiento de la verdad,
le es imposible contenerse... ¿Conoces los detalles del suceso?
-Estoy esperando todavía la historia de ese pintor de paredes.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 166