Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-¡Ya salió aquello! Los principios... Tú estás sentado sobre tus
principios como sobre muelles, y no té atreves a hacer el menor
movimiento. Mi principio es que todo depende del modo de ser del
hombre. Lo demás me importa un comino. Y Zamiotof es un
excelente muchacho.
-Pero no demasiado escrupuloso en cuanto a los medios para
enriquecerse.
-Admitamos que sea así. Eso a mí no me importa. ¿Qué
importancia tiene? -exclamó Rasumikhine con una especie de
afectada indignación-. ¿Acaso he alabado yo este rasgo suyo? Yo
sólo digo que es un buen hombre en su género. Además, si vamos
a juzgar a los hombres aplicándoles las reglas generales, ¿cuántos
quedarían verdaderamente puros? Apostaría cualquier cosa a que
si se mostraran tan exigentes conmigo, resultaría que no valgo un
bledo... ni aunque té englobaran a ti con mi persona.
-No exageres: yo daría dos bledos por ti.
-Pues a mí me parece que tú no vales más de uno... Bueno,
continúo. Zamiotof no es todavía más que un muchacho, y yo le
tiro de las orejas. Siempre es mejor tirar que rechazar. Si
rechazas a un hombre, no podrás obligarlo a enmendarse, y
menos si se trata de un muchacho. Debemos ser muy
comprensivos con estos mozalbetes... Pero vosotros, estúpidos
progresistas, vivís en las nubes. Despreciáis a la gente y no veis
que así os perjudicáis a vosotros mismos... Y té voy a decir una
cosa: Zamiotof y yo tenemos entre manos un asunto que nos
interesa a los dos por igual.
-Me gustaría saber qué asunto es ése.
-Se trata del pintor, de ese pintor de brocha gorda.
Conseguiremos que lo pongan en libertad. No será difícil, porque
el asunto está clarísimo. Nos bastará presionar un poco para que
quede la cosa resuelta.
-No sé a qué pintor té refieres.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 164