Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Me he mudado a este barrio. Hace poco. Oye, ¿te acuerdas de
Luisa Ivanovna?
-¿He hablado durante mi delirio?
-¡Ya lo creo!
-¿Y qué decía?
-Pues ya lo puedes suponer: esas cosas que dice uno cuando no
está en su juicio... Pero no perdamos tiempo. Hablemos de
nuestro asunto.
Se levantó y cogió su gorra.
-¿Qué decía?
-¡Mira que eres testarudo! ¿Acaso temes haber revelado algún
secreto? Tranquilízate: no has dicho ni una palabra de tu condesa.
Has hablado mucho de un bulldog, de pendientes, de cadenas de
reloj, de la isla Krestovsky, de un portero... Nikodim Fomitch a Ilia
Petrovitch estaban también con frecuencia en tus labios. Además,
parecías muy preocupado por una de tus botas, seriamente
preocupado. No cesabas de repetir, gimoteando: «Dádmela; la
quiero. El mismo Zamiotof empezó a buscarla por todas partes, y
no le importó traerte esa porquería con sus manos, blancas,
perfumadas y llenas de sortijas. Cuando recibiste esa asquerosa
bota te calmaste. La tuviste en tus manos durante veinticuatro
horas. No fue posible quitártela. Todavía debe de estar en el
revoltijo de tu ropa de cama. También reclamabas unos bajos de
pantalón deshilachados. ¡Y en qué tono tan lastimero los pedías!
Había que oírte. Hicimos todo lo posible por averiguar de qué
bajos se trataba. Pero no hubo medio de entenderte... Y vamos ya
a nuestro asunto. Aquí tienes tus treinta y cinco rublos. Tomo
diez, y dentro de un par de horas estaré de vuelta y te explicaré lo
que he hecho con ellos. He de pasar por casa de Zosimof. Hace
rato que debería haber venido, pues son más de las once... Y tú,
Nastenka, no te olvides de subir frecuentemente durante mi
ausencia, para ver si quiere agua o alguna otra cosa. El caso es
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 154