Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
«¿Pero por qué le pegan de ese modo? ¿Y por qué lo consienten
los que lo ven?», se preguntó Raskolnikof, creyendo haberse
vuelto loco.
Pero no, no se había vuelto loco, ya que era capaz de distinguir
los diversos ruidos...
Por lo tanto, pronto subirían a su habitación. «Porque,
seguramente, todo esto es por lo de ayer... ¡Señor, Señor...!»
Intentó pasar el pestillo de la puerta, pero no tuvo fuerzas para
levantar el brazo. Por otra parte, ¿para qué? El terror helaba su
alma, la paralizaba... Al fin, aquel escándalo que había durado
diez largos minutos se extinguió poco a poco. La patrona gemía
débilmente. Ilia Petrovitch seguía profiriendo juramentos y
amenazas. Después, también él enmudeció y ya no se le volvió a
oír.
«¡Señor! ¿Se habrá marchado? No, ahora se va. Y la patrona
también, gimiendo, hecha un mar de lágrimas...»
Un portazo. Los inquilinos van regresando a sus habitaciones.
Primero lanzan exclamaciones, discuten, se interpelan a gritos;
después sólo cambian murmullos. Debían de ser muy numerosos;
la casa entera debía de haber acudido.
¿Qué significa todo esto, Señor? ¿Para qué, en nombre del cielo,
habrá venido este hombre aquí?»
Raskolnikof, extenuado, volvió a echarse en el diván. Pero no
consiguió dormirse. Habría transcurrido una media hora, y era
presa de un horror que no había experimentado jamás, cuando,
de pronto, se abrió la puerta y una luz iluminó el aposento.
Apareció Nastasia con una bujía y un plato de sopa en las manos.
La sirvienta lo miró atentamente y, una vez segura de que no
estaba dormido, depositó la bujía en la mesa y luego fue dejando
todo lo demás: el pan, la sal, la cuchara, el plato.
-Seguramente no has comido desde ayer. Te has pasado el día
en la calle aunque ardías de fiebre.
-Oye, Nastasia: ¿por qué le han pegado a la patrona?
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