Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
lanzaba vivos reflejos. En el transparente aire se distinguían hasta
los menores detalles de la ornamentación de la fachada.
El dolor del latigazo iba desapareciendo, y Raskolnikof,
olvidándose de la humillación sufrida. Una idea, vaga pero
inquietante, le dominaba. Permanecía inmóvil, con la mirada fija
en la lejanía. Aquel sitio le era familiar. Cuando iba a la
universidad tenía la costumbre de detenerse allí, sobre todo al
regresar (lo había hecho más de cien veces), para contemplar el
maravilloso panorama. En aquellos momentos experimentaba una
sensación imprecisa y confusa que le llenaba de asombro. Aquel
cuadro esplendoroso se le mostraba frío, algo así como ciego y
sordo a la agitación de la vida... Esta triste y misteriosa impresión
que invariablemente recibía le desconcertaba, pero no se detenía
a analizarla: siempre dejaba para más adelante la tarea de
buscarle una explicación...
Ahora recordaba aquellas incertidumbres, aquellas vagas
sensaciones, y este recuerdo, a su juicio, no era puramente
casual. El simple hecho de haberse detenido en el mismo sitio que
antaño, como si hubiese creído que podía tener los mismos
pensamientos e interesarse por los mismos espectáculos que
entonces, e incluso que hacía poco, le parecía absurdo,
extravagante y hasta algo cómico, a pesar de que la amargura
oprimía su corazón. Tenía la impresión de que todo este pasado,
sus antiguos pensamientos e intenciones, los fines que había
perseguido, el esplendor de aquel paisaje que tan bien conocía, se
había hundido hasta desaparecer en un abismo abierto a sus
pies... Le parecía haber echado a volar y ver desde el espacio
como todo aquello se esfumaba.
Al hacer un movimiento maquinal, notó que aún tenía en su
mano cerrada la pieza de veinte kopeks. Abrió la mano, estuvo un
momento mirando fijamente la moneda y luego levantó el brazo y
la arrojó al río.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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