Cuando recibiste esa asquerosa bota te calmaste. La tuviste en tus manos
durante veinticuatro horas. No fue posible quitártela. Todavía debe de estar en
el revoltijo de tu ropa de cama. También reclamabas unos bajos de pantalón
deshilachados. ¡Y en qué tono tan lastimero los pedías! Había que oírte.
Hicimos todo lo posible por averiguar de qué bajos se trataba. Pero no hubo
medio de entenderte... Y vamos ya a nuestro asunto. Aquí tienes tus treinta y
cinco rublos. Tomo diez, y dentro de un par de horas estaré de vuelta y te
explicaré lo que he hecho con ellos. He de pasar por casa de Zosimof. Hace
rato que debería haber venido, pues son más de las once... Y tú, Nastenka, no
te olvides de subir frecuentemente durante mi ausencia, para ver si quiere agua
o alguna otra cosa. El caso es que no le falte nada... A Pachenka ya le daré las
instrucciones oportunas al pasar.
Siempre le llama Pachenka, el muy bribón dijo Nastasia apenas hubo salido el
estudiante.
Acto seguido abrió la puerta y se puso a escuchar. Pero muy pronto, sin poder
contenerse, se fue a toda prisa escaleras abajo. Sentía gran curiosidad por
saber lo que Rasumikhine decía a la patrona. Pero lo cierto era que el joven
parecía haberla subyugado.
Apenas cerró Nastasia la puerta y se fue, el enfermo echó a sus pies la
cubierta y saltó al suelo. Había esperado con impaciencia angustiosa, casi
convulsiva, el momento de quedarse solo para poder hacer lo que deseaba.
Pero ¿qué era lo que deseaba hacer? No conseguía acordarse.
«Señor: sólo quisiera saber una cosa. ¿Lo saben todo o lo ignoran todavía? Tal
vez están aleccionados y no dan a entender nada porque estoy enfermo.
Acaso me reserven la sorpresa de aparecer un día y decirme que lo saben todo
desde hace tiempo y que sólo callaban porque... Pero ¿qué iba yo a hacer? Lo
he olvidado. Parece hecho adrede. Lo he olvidado por completo. Sin embargo,
estaba pensando en ello hace apenas un minuto...»
Permanecía en pie en medio de la habitación y miraba a su alrededor con un
gesto de angustia. Luego se acercó a la puerta, la abrió, aguzó el oído... No,
aquello no estaba allí... De súbito creyó acordarse y, corriendo al rincón donde
el papel de la pared estaba desgarrado, introdujo su mano en el hueco y
hurgó... Tampoco estaba allí. Entonces se fue derecho a la estufa, la abrió y
buscó entre las cenizas.
¡Allí estaban los bajos deshilachados del pantalón y los retales del forro del
bolsillo! Por lo tanto, nadie había buscado en la estufa. Entonces se acordó de
la bota de que Rasumikhine acababa de hablarle. Ciertamente estaba allí, en el
diván, cubierta apenas por la colcha, pero era tan vieja y estaba tan sucia de
barro, que Zamiotof no podía haber visto nada sospechoso en ella.
«Zamiotof..., la comisaría... ¿Por qué me habrán citado? ¿Dónde está la
citación...? Pero ¿qué digo? ¡Si fue el otro día cuando tuve que ir...! También
entonces examiné la bota... ¿Para qué habrá venido Zamiotof? ¿Por qué lo
habrá traído Rasumikhine?»
Estaba extenuado. Volvió a sentarse en el diván.
«¿Pero qué me sucede? ¿Estoy delirando todavía o todo esto es realidad? Yo
creo que es realidad... ¡Ahora me acuerdo de una cosa! ¡Huir, hay que huir, y
cuanto antes...! Pero ¿adónde? Además ¿dónde está mi ropa? No tengo botas
tampoc