Yo no necesito dinero.
¿Que no necesitas dinero? Hermano, eso es una solemne mentira. Sé muy
bien que el dinero te hace falta... Le ruego que tenga un poco de paciencia.
Esto no es nada... Tiene sueños de grandeza. Estas cosas le ocurren incluso
cuando su salud es perfecta. Usted es un hombre de buen sentido. Entre los
dos le ayudaremos, es decir, le llevaremos la mano, y firmará. ¡Hala, vamos!
Puedo volver a venir.
No, no. ¿Para qué tanta molestia...? ¡Usted es un hombre de buen sentido...!
¡Vamos, Rodia; no entretengas a este señor! ¡Ya ves que está esperando!
Y se dispuso a coger la mano de su amigo.
Deja dijo Raskolnikof . Firmaré.
Cogió la pluma y firmó en el libro. El empleado entregó el dinero y se marchó.
¡Bravo! Y ahora, amigo, ¿quieres comer?
Sí.
¿Hay sopa, Nastasia?
Sí; ayer sobró.
¿Está hecha con pasta de sopa y patatas?
Sí.
Lo sabía. Tráenos también té.
Bien.
Raskolnikof contemplaba esta escena con profunda sorpresa y una especie de
inconsciente pavor. Decidió guardar silencio y esperar el desarrollo de los
acontecimientos.
«Me parece que no deliro pensó . Todo esto tiene el aspecto de ser real. p
Dos minutos después llegó Nastasia con la sopa y anunció que en seguida les
serviría el té. Con la sopa había traído no sólo dos cucharas y dos platos, sino,
cosa que no ocurría desde hacía mucho tiempo, el cubierto completo, con sal,
pimienta, mostaza para la carne... Hasta estaba limpio el mantel.
Nastasiuchka, Prascovia Pavlovna nos haría un bien si nos mandara dos
botellitas de cerveza. Sería un buen final.
¡Sabes cuidarte! rezongó la sirvienta. Y salió a cumplir el encargo.
Raskolnikof seguía observando lo que ocurría en su presencia, con inquieta
atención y fuerte tensión de ánimo. Entre tanto, Rasumikhine se había
instalado en el diván, junto a él. Le rodeó el cuello con su brazo izquierdo tan
torpemente como lo habría hecho un oso y, aunque tal ayuda era innecesaria,
empezó a llevar a la boca de Raskolnikof, con la mano derecha, cucharadas de
sopa, después de soplar sobre ellas para enfriarlas. Sin embargo, la sopa
estaba apenas tibia. Raskolnikof sorbió ávidamente una, dos, tres cucharadas.
Entonces, súbitamente, Rasumikhine se detuvo y dijo que, para darle más,
tenía que consultar a Zosimof.
En esto llegó Nastasia con las dos botellas de cerveza.
¿Quieres té, Rodia? preguntó Rasumikhine.
Sí.
Corre en busca del té, Nastasia; pues, en lo que concierne a esta pócima, me
parece que podemos pasar por alto las reglas de la facultad... ¡Ah! ¡Llegó la
cerveza!
Se sentó a la mesa, acercó a él la sopa y el plato de carne y empezó a devorar
con tanto apetito como si no hubiera comido en tres días.
Ahora, amigo Rodia, como aquí, en tu habitación, todos los días masculló con
la boca llena . Ha sido cosa de Pachenka, tu amable patrona. Yo, como es
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