Ella se fue y reapareció al cabo de dos minutos con un cantarillo. Pero en este
punto se interrumpieron los pensamientos de Raskolnikof. Pasado algún
tiempo, se acordó solamente de que había tomado un sorbo de agua fresca y
luego vertido un poco sobre su pecho. Inmediatamente perdió el conocimiento.
III
Sin embargo, no estuvo por completo inconsciente durante su enfermedad: era
el suyo un estado febril en el que cierta lucidez se mezclaba con el delirio.
Andando el tiempo, recordó perfectamente los detalles de este período. A
veces le parecía ver varias personas reunidas alrededor de él. Se lo querían
llevar. Hablaban de él y disputaban acaloradamente. Después se veía solo:
inspiraba horror y todo el mundo le había dejado. De vez en cuando, alguien se
atrevía a entreabrir la puerta y le miraba y le amenazaba. Estaba rodeado de
enemigos que le despreciaban y se mofaban de él. Reconocía a Nastasia y
veía a otra persona a la que estaba seguro de conocer, pero que no recordaba
quién era, lo que le llenaba de angustia hasta el punto de hacerle llorar. A
veces le parecía estar postrado desde hacía un mes; otras, creía que sólo
llevaba enfermo un día. Pero el... suceso lo había olvidado completamente. Sin
embargo, se decía a cada momento que había olvidado algo muy importante
que debería recordar, y se atormentaba haciendo desesperados esfuerzos de
memoria. Pasaba de los arrebatos de cólera a los de terror. Se incorporaba en
su lecho y trataba de huir, pero siempre había alguien cerca que le sujetaba
vigorosamente. Entonces él caía nuevamente en el diván, agotado,
inconsciente. Al fin volvió en sí.
Eran las diez de la mañana. El sol, como siempre que hacía buen tiempo,
entraba a aquella hora en la habitación, trazaba una larga franja luminosa en la
pared de la derecha e iluminaba el rincón inmediato a la puerta. Nastasia
estaba a su cabecera. Cerca de ella había un individuo al que Raskolnikof no
conocía y que le observaba atentamente. Era un mozo que tenía aspecto de
cobrador. La patrona echó una mirada al interior por la entreabierta puerta.
Raskolnikof se incorporó.
¿Quién es, Nastasia? preguntó, señalando al mozo.
¡Ya ha vuelto en sí! exclamó la sirvienta.
¡Ya ha vuelto en sí! repitió el desconocido.
Al oír estas palabras, la patrona cerró la puerta y desapareció. Era tímida y
procuraba evitar los diálogos y las explicaciones. Tenía unos cuarenta años,
era gruesa y fuerte, de ojos oscuros, cejas negras y aspecto agradable.
Mostraba esa bondad propia de las personas gruesas y perezosas y era
exageradamente pudorosa.
¿Quién es usted? preguntó Raskolnikof al supuesto cobrador.
Pero en este momento la puerta se abrió y dio paso a Rasumikhine, que entró
en la habitación inclinándose un poco, por exigencia de su considerable
estatura.
¡Esto es un camarote! exclamó . Estoy harto de dar cabezadas al techo. ¡Y a
esto llaman habitación...! ¡Bueno, querido; ya has recobrado la razón, según
me ha dicho Pachenka!
Acaba de recobrarla dijo la sirvienta.
Acaba de recobrarla repitió el mozo como un eco, con cara risueña.
¿Y usted quién es? le preguntó rudamente Rasumikhine . Yo me llamo
Vrasumivkine y no Rasumikhine, como me llama todo el mundo. Soy
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