CRIMEN Y CASTIGO crimen y castigo | Page 71

No es para menos replicó en tono indiferente Ilia Petrovitch llevándose sus papeles a otra mesa, con su característico balanceo de hombros . Juzgue usted mismo. Ese señor escritor, mejor dicho, estudiante, es decir, antiguo estudiante, no paga sus deudas, firma pagarés y se niega a dejar la habitación que tiene alquilada. Por todo ello se le denuncia, y he aquí que este señor se molesta porque enciendo un cigarrillo en su presencia. ¡Él, que sólo comete villanías! Ahí lo tiene usted. Mírelo; mire qué aspecto tan respetable tiene. La pobreza no es un vicio, mi buen amigo respondió el comisario . Todos sabemos que eres inflamable como la pólvora. Algo en su modo de ser te habrá ofendido y no has podido contenerte. Y usted tampoco añadió dirigiéndose amablemente a Raskolnikof . Pero usted no le conoce. Es un hombre excelente, créame, aunque explosivo como la pólvora. Sí, una verdadera pólvora: se enciende, se inflama, arde y todo pasa: entonces sólo queda un corazón de oro. En el regimiento le llamaban el «teniente Pólvora». ¡Ah, qué regimiento aquél! exclamó Ilia Petrovitch, conmovido por los halagos de su jefe aunque seguía enojado. Raskolnikof experimentó de súbito el deseo de decir a todos algo desagradable. Escúcheme, capitán dijo con la mayor desenvoltura, dirigiéndose al comisario . Póngase en mi lugar. Estoy dispuesto a presentarle mis excusas si en algo le he ofendido, pero hágase cargo: soy un estudiante enfermo y pobre, abrumado por la miseria así lo dijo: «abrumado» . Tuve que dejar la universidad, porque no podía atender a mis necesidades. Pero he de recibir dinero: me lo enviarán mi madre y mi hermana, que residen en el distrito de ... Entonces pagaré. Mi patrona es una buena mujer, pero está tan indignada al ver que he perdido los alumnos que tenía y que no le pago desde hace cuatro meses, que ni siquiera me da mi ración de comida. En cuanto a su reclamación, no la comprendo. Me exige que le pague en seguida. ¿Acaso puedo hacerlo? Juzguen ustedes mismos. Todo eso no nos incumbe volvió a decir el secretario. Permítame, permítame. Estoy completamente de acuerdo con usted, pero permítame que les dé ciertas explicaciones. Raskolnikof seguía dirigiéndose al comisario y no al secretario. También procuraba atraerse la atención de Ilia Petrovitch, que, afectando una actitud desdeñosa, pretendía demostrarle que no le escuchaba, sino que estaba absorto en el examen de sus papeles. Permítame explicarle que hace tres años, desde que llegué de mi provincia, soy huésped de esa señora, y que al principio..., no tengo por qué ocultarlo..., al principio le prometí casarme con su hija. Fue una promesa simplemente verbal. Yo no estaba enamorado, pero la muchacha no me disgustaba... Yo era entonces demasiado joven... Mi patrona me abrió un amplio crédito, y empecé a llevar una vida... No tenía la cabeza bien sentada. Nadie le ha dicho que refiera esos detalles íntimos, señor le interrumpió secamente Ilia Petrovitch, con una satisfacción mal disimulada . Además, no tenemos tiempo para escucharlos. Para Raskolnikof fue muy difícil seguir hablando, pero lo hizo fogosamente. Permítame, permítame explicar, sólo a grandes rasgos, cómo ha ocurrido todo esto, aunque esté de acuerdo con usted en que mis palabras son inútiles... Hace un año murió del tifus la muchacha y yo seguí hospedándome en casa de la señora Zarnitzine. Y cuando mi patrona se trasladó a la casa donde ahora   70