que ocurrió fue que un caballero llegó embriagado a mi casa... Se lo voy a
contar todo, señor capitán. La culpa no fue mía. Mi casa es una casa seria, tan
seria como yo, señor capitán. Yo no quería «echkándalos»... Él vino como una
cuba y pidió tres botellas la alemana decía «potellas» . Después levantó las
piernas y empezó a tocar el piano con los pies, cosa que está fuera de lugar en
una casa seria como la mía. Y acabó por romper el piano, lo cual no me parece
ni medio bien. Así se lo dije, y él cogió la botella y empezó a repartir botellazos
a derecha e izquierda. Entonces llamé al portero, y cuando Karl llegó, él se fue
hacia Karl y le dio un puñetazo en un ojo. También recibió Enriqueta. En cuanto
a mí, me dio cinco bofetadas. En vista de esta forma de conducirse, tan
impropia de una casa seria, señor capitán, yo empecé a protestar a gritos, y él
abrió la ventana que da al canal y empezó a gruñir como un cerdo.
¿Comprende, señor capitán? ¡Se puso a hacer el cerdo en la ventana!
Entonces, Karl empezó a tirarle de los faldones del frac para apartarlo de la
ventana y..., se lo confieso, señor capitán..., se le quedó un faldón en las
manos. Entonces empezó a gritar diciendo que man mouss pagarle quince
rublos de indemnización, y yo, señor capitán, le di cinco rublos por seis Rock.
Como usted ve, no es un cliente deseable. Le doy mi palabra, señor capitán, de
que todo el escándalo lo armó él. Y, además, me amenazó con contar en los
periódicos toda la historia de mi vida.
Entonces, ¿es escritor?
Sí, señor, y un cliente sin escrúpulos que se permite, aun sabiendo que está
en una casa digna...
Bueno, bueno; siéntate. Ya te he dicho mil veces...
Ilia Petrovitch... repitió el secretario, con acento significativo.
El ayudante del comisario le dirigió una rápida mirada y vio que sacudía
ligeramente la cabeza.
En fin, mi respetable Luisa Ivanovna continuó el oficial , he aquí mi última
palabra en lo que a ti concierne. Como se produzca un nuevo escándalo en lu
digna casa, te haré enchiquerar, como soléis decir los de tu noble clase. ¿Has
entendido...? ¿De modo que el escritor, el literato, aceptó cinco rublos por su
faldón en tu digna casa? ¡Bien por los escritores! dirigió a Raskolnikof una
mirada despectiva . Hace dos días, un señor literato comió en una taberna y
pretendió no pagar. Dijo al tabernero que le compensaría hablando de él en su
próxima sátira. Y también hace poco, en un barco de recreo, otro escritor
insultó groseramente a la respetable familia, madre a hija, de un consejero de
Estado. Y a otro lo echaron a puntapiés de una pastelería. Así son todos esos
escritores, esos estudiantes, esos charlatanes... En fin, Luisa Ivanovna, ya
puedes marcharte. Pero ten cuidado, porque no te perderé de vista.
¿Entiendes?
Luisa Ivanovna empezó a saludar a derecha e izquierda calurosamente, y así,
haciendo reverencias, retrocedió hasta la puerta. Allí tropezó con un gallardo
oficial, de cara franca y simpática, encuadrada por dos soberbias patillas,
espesas y rubias. Era el comisario en persona: Nikodim Fomitch. Al verle, Luisa
Ivanovna se apresuró a incl inarse por última vez hasta casi tocar el suelo y
salió del despacho con paso corto y saltarín.
Eres el rayo, el trueno, el relámpago, la tromba, el huracán dijo el comisario
dirigiéndose amistosamente a su ayudante . Te han puesto nervioso y tú te has
dejado llevar de los nervios. Desde la escalera lo he oído.
69