puerta y no oyó nada: en el departamento de Alena Ivanovna reinaba un
silencio de muerte. Su atención se desvió entonces hacia la escalera:
permaneció un momento inmóvil, atento al menor ruido que pudiera llegar
desde abajo...
Luego miró en todas direcciones y comprobó que el hacha estaba en su sitio.
Seguidamente se preguntó: «¿No estaré demasiado pálido..., demasiado
trastornado? ¡Es tan desconfiada esa vieja! Tal vez me convendría esperar
hasta tranquilizarme un poco.» Pero los latidos de su corazón, lejos de
normalizarse, eran cada vez más violentos... Ya no pudo contenerse: tendió
lentamente la mano hacia el cordón de la campanilla y tiró. Un momento
después insistió con violencia.
No obtuvo respuesta, pero no volvió a llamar: además de no conducir a nada,
habría sido una torpeza. No cabía duda de que la vieja estaba en casa; pero
era suspicaz y debía de estar sola. Empezaba a conocer sus costumbres...
Aplicó de nuevo el oído a la puerta y... ¿Sería que sus sentidos se habían
agudizado en aquellos momentos (cosa muy poco probable), o el ruido que oyó
fue perfectamente perceptible? De lo que no le cupo duda es de que percibió
que una mano se apoyaba en el pestillo, mientras el borde de un vestido
rozaba la puerta. Era evidente que alguien hacía al otro lado de la puerta lo
mismo que él estaba haciendo por la parte exterior. Para no dar la impresión de
que quería esconderse, Raskolnikof movió los pies y refunfuñó unas palabras.
Luego tiró del cordón de la campanilla por tercera vez, sin violencia alguna,
discretamente, con objeto de no dejar traslucir la menor impaciencia. Este
momento dejaría en él un recuerdo imborrable. Y cuando, más tarde, acudía a
su imaginación con perfecta nitidez, no comprendía cómo había podido
desplegar tanta astucia en aquel momento en que su inteligencia parecía
extinguirse y su cuerpo paralizarse... Un instante después oyó que descorrían
el cerrojo.
VII
Como en su visita anterior, Raskolnikof vio que la puerta se entreabría y que en
la estrecha abertura aparecían dos ojos penetrantes que le miraban con
desconfianza desde la sombra.
En este momento, el joven perdió la sangre fría y cometió una imprudencia que
estuvo a punto de echarlo todo a perder.
Temiendo que la vieja, atemorizada ante la idea de verse a solas con un
hombre cuyo aspecto no tenía nada de tranquilizador, intentara cerrar la
puerta, Raskolnikof lo impidió mediante un fuerte tirón. La usurera quedó
paralizada, pero no soltó el pestillo aunque poco faltó para que cayera de
bruces. Después, viendo que la vieja permanecía obstinadamente en el umbral,
para no dejarle el paso libre, él se fue derecho a ella. Alena Ivanovna, aterrada,
dio un salto atrás e intentó decir algo. Pero no pudo pronunciar una sola
palabra y se quedó mirando al joven con los ojos muy abiertos.
Buenas tardes, Alena Ivanovna empezó a decir en el tono más indiferente que
le fue posible adoptar. Pero sus esfuerzos fueron inútiles: hablaba con voz
entrecortada, le temblaban las manos . Le traigo..., le traigo... una cosa para
empeñar... Pero entremos: quiero que la vea a la luz.
Y entró en el piso sin esperar a que la vieja lo invitara. Ella corrió tras él, dando
suelta a su lengua.
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