Al volver a casa tras su última visita a su hermano, Duma encontró a su madre
con alta fiebre y delirando. Aquella misma noche se puso de acuerdo con
Rasumikhine sobre lo que debían decir a Pulqueria Alejandrovna cuando les
preguntara por Rodia. Urdieron toda una novela en torno a la marcha de
Rodion a una provincia de los confines de Rusia con una misión que le
reportaría tanto honor como provecho. Pero, para sorpresa de los dos jóvenes,
Pulqueria Alejandrovna no les hizo jamás pregunta alguna sobre este punto.
Había inventado su propia historia para explicar la marcha precipitada de su
hijo. Refería llorando, la escena de la despedida y daba a entender que sólo
ella conocía ciertos hechos misteriosos e importantísimos. Afirmaba que Rodia
tenia enemigos poderosos de los que se veía obligado a ocultarse, y no
dudaba de que alcanzaría una brillante posición cuando lograse allanar ciertas
dificultades. Decía a Rasumikhine que su hijo sería un hombre de Estado. Para
ello se fundaba en el artículo que había escrito y que denotaba, según ella, un
talento literario excepcional. Leía sin cesar este artículo, a veces en voz alta.
No se apartaba de él ni siquiera cuando se iba a dormir. Pero no preguntaba
nunca dónde estaba Rodia, aunque el cuidado que tenían su hija y
Rasumikhine en eludir esta cuestión debía de parecer sospechosa. El extraño
mutismo en que se encerraba Pulqueria Alejandrovna acabó por inquietar a
Dunia y a Dmitri Prokofitch. Ni siquiera se quejaba del silencio de su hijo,
siendo así que, cuando estaban en el pueblo, vivía de la esperanza de recibir al
fin una carta de su querido Rodia. Esto pareció tan inexplicable a Dunia, que la
joven llegó a sentirse verdaderamente alarmada. Se dijo que su madre debía
de presentir que había ocurrido a Rodia alguna gran desgracia y que no se
atrevía a preguntar por temor a oír algo más horrible de lo que ella suponía.
Fuera como fuese, Dunia se daba perfecta cuenta de que su madre tenía
trastornado el cerebro. Sin embargo, un par de veces Pulqueria Alejandrovna
había conducido la conversación de modo que tuvieran que decirle dónde
estaba Rodia. Las vagas e inquietas respuestas que recibió la sumieron en una
profunda tristeza y durante mucho tiempo se la vio sombría y taciturna.
Finalmente, Dunia comprendió que mentir continuamente e inventar historia
tras historia era demasiado difícil y decidió guardar un silencio absoluto sobre
ciertos puntos. Sin embargo, cada vez era más evidente que la pobre madre
sospechaba algo horrible. Dunia recordaba perfectamente que, según Rodia le
había dicho, su madre la había oído soñar en voz alta la noche que siguió a su
conversación con Svidrigailof. Las palabras que había dejado escapar en
sueños tal vez habían dado una luz a la pobre mujer. A veces, tras días o
semanas de lágrimas y sile