Yo la amo tanto como él. Yo la amo con todo mi ser... Déme el borde de su
falda para besarlo, démelo. El susurro de su vestido me enloquece. Usted me
mandará y yo la obedeceré. Sus creencias serán las mías. Haré todo, todo lo
que usted quiera... No me mire así, por favor. ¿No ve usted que me está
matando?
Empezó a desvariar. Parecía haberse vuelto loco. Dunia se levantó de un salto
y corrió hacia la puerta.
¡Ábranme, ábranme! dijo a gritos mientras la golpeaba . ¿Por qué no me
abren? ¿Es posible que no haya nadie en la casa?
Svidrigailof volvió en sí y se levantó. Una aviesa sonrisa apareció en sus labios,
todavía temblorosos.
No, no hay nadie dijo lentamente y en voz baja . Mi patrona ha salido. Sus
gritos son, pues, inútiles.
¿Dónde está la llave? ¡Abre la puerta, abre inmediatamente! ¡Miserable,
canalla!
La llave se me ha perdido.
¡Comprendo! ¡Esto es una emboscada!
Y Dunia, pálida como una muerta, corrió hacia un rincón, donde se atrincheró
tras una mesa.
Ya no gritaba. Estaba inmóvil y tenía la mirada fija en su enemigo, para no
perder ninguno de sus movimientos.
Svidrigailof estaba también inmóvil. Al parecer iba recobrándose, pero el color
no había vuelto a su rostro. Su sonrisa seguía mortificando a Avdotia
Romanovna.
Ha pronunciado usted la palabra «emboscada», Avdotia Romanovna. Bien,
pues si existe esa emboscada, habrá de pensar usted en que he tomado toda
clase de precauciones. Sonia Simonovna no está en su habitación. Los
Kapernaumof quedan lejos, a cinco piezas de aquí. Soy mucho más fuerte que
usted, y tampoco puedo temer que usted me denuncie, porque en este caso
perdería a su hermano, y usted no quiere perderlo, ¿verdad? Además, nadie la
creería. ¿Qué explicación puede tener que una joven vaya sola a visitar a un
hombre soltero? O sea que si usted se decidiese a sacrificar a su hermano,
sería inútil, porque no podría probar nada. Una violación es sumamente difícil
de demostrar.
¡Miserable!
Puede decir lo que quiera, pero le advierto que hasta ahora me he limitado a
hacer simples suposiciones. Personalmente, estoy de acuerdo con usted.
Obrar por la fuerza contra alguien es una bajeza. Mi intención era únicamente
tranquilizar su conciencia en el caso de que usted..., de que usted quisiera
salvar a su hermano de buen grado, es decir, tal como yo le he propuesto.
Usted no haría entonces sino inclinarse ante las circunstancias, ceder a la
necesidad, por decirlo así... Piense usted en ello. La suerte de su hermano, y
también la de su madre, está en sus manos. Piense, además, que yo seré su
esclavo, y para toda la vida... Espero su resolución.
Svidrigailof se sentó en el sofá, a unos ocho pasos de Dunia. La joven no tenía
la menor duda acerca de sus intenciones: sabía que eran inquebrantables,
pues conocía bien a Svidrigailof... De pronto sacó del bolsillo un revólver, lo
preparó para disparar y lo dejó en la mesa, al alcance de su mano.
Svidrigailof hizo un movimiento de sorpresa.
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