CRIMEN Y CASTIGO crimen y castigo | Page 313

Entonces, ¿por qué ha venido usted? preguntó Raskolnikof sin ocultar su enojo . Le repito lo que le dije el otro día: si usted me cree culpable, ¿por qué no me detiene? Bien; ésa, por lo menos, es una pregunta sensata y la contestaré punto por punto. En primer lugar, le diré que no me conviene detenerle en seguida. ¿Qué importa que le convenga o no? Si está usted convencido, tiene el deber de hacerlo. Mi convicción no tiene importancia. Hasta este momento sólo se basa en hipótesis. ¿Por qué he de darle una tregua haciéndolo detener? Usted sabe muy bien que esto sería para usted un descanso, ya que lo pide. También podría traerle al hombre que le envié para confundirle. Pero usted le diría: « Eres un borracho. ¿Quién me ha visto contigo? Te miré simplemente como a un hombre embriagado, pues lo estabas.» ¿Y qué podría replicar yo a esto? Sus palabras tienen más verosimilitud que las del otro, que descansan únicamente en la psicología y, por lo tanto, sorprenderían, al proceder de un hombre inculto. En cambio, usted habría tocado un punto débil, pues ese bribón es un bebedor empedernido. Ya le he dicho otras veces que estos procedimientos psicológicos son armas de dos filos, y en este caso pueden obrar en su favor, sobre todo teniendo en cuenta que pongo en juego la única prueba que tengo contra usted hasta el momento presente. Pero no le quepa duda de que acabaré haciéndole detener. He venido para avisarlo; pero le confieso que no me servirá de nada. Además, he venido a su casa para... Hablemos de ese segundo objeto de su visita dijo Raskolnikof, que todavía respiraba con dificultad. Pues este segundo objeto es darle una explicación a la que considero que tiene usted derecho. No quiero que me tenga por un monstruo, siendo así que, aunque usted no lo crea, mi deseo es ayudarle. Por eso le aconsejo que vaya a presentarse usted mismo a la justicia. Esto es lo mejor que puede hacer. Es lo más ventajoso para usted y para mí, pues yo me vería libre de este asunto. Ya ve que le soy franco. ¿Qué dice usted? Raskolnikof reflexionó un momento. Oiga, Porfirio Petrovitch dijo al fin ; usted ha confesado que no tiene contra mí más que indicios psicológicos y, sin embargo, aspira a la evidencia matemática. ¿Y si estuviera equivocado? No, Rodion Romanovitch, no estoy equivocado. Tengo una prueba. La obtuve el otro día como si el cielo me la hubiera enviado. ¿Qué prueba? No se lo diré, Rodion Romanovitch. De todas formas, no tengo derecho a contemporizar. Mandaré detenerle. Reflexione. No me importa la resolución que usted pueda tomar ahora. Le he hablado en interés de usted. Le juro que le conviene seguir mis consejos. Raskolnikof sonrió, sarcástico. Sus palabras son ridículas e incluso imprudentes. Aun suponiendo que yo fuera culpable, cosa que no admito de ningún modo, ¿para qué quiere usted que vaya a presentarme a la justicia? ¿No dice usted que la estancia en la cárcel sería un descanso para mí? Oiga, Rodion Romanovitch, no tome mis palabras demasiado al pie de la letra. Acaso no encuentre usted en la cárcel ningún reposo. En fin de cuentas, esto no es más que una teoría, y personal por añadidura. Por lo visto, soy una   312