Me enteré de que había venido a su casa inmediatamente después de aquella
escena. Pero usted se equivocó en sus suposiciones. Yo no mandé a buscar a
nadie aquel día y no había tomado medida alguna. Usted se preguntará por
qué razón no lo hice. Pues... no sé cómo explicárselo. Me limité a citar a los
porteros, a los que usted vio al pasar. Una idea, rápida como un relámpago,
había acudido a mi imaginación. Yo estaba demasiado seguro de mí mismo,
Rodion Romanovitch, y me decía que si lograba apresar un hecho, aunque
fuera renunciando a todo lo demás, obtendría el resultado que deseaba.
»Usted tiene un carácter en extremo irascible, Rodion Romanovitch, incluso
demasiado. Es un rasgo predominante de su naturaleza, que yo me jacto de
conocer, por lo menos en parte. Yo me dije que no es cosa corriente que un
hombre nos arroje sin más ni más la verdad a la cara. Sin duda, esto puede
hacerlo un hombre que esté fuera de sí, pero este caso es excepcional. Yo me
hice este razonamiento: "Si pudiese arrancarle el hecho más insignificante, la
más mínima confesión, con tal que fuera una prueba palpable, algo distinto, en
fin, a estos hechos psicológicos..." Pues yo estaba seguro de que si un hombre
es culpable, uno acaba siempre por arrancarle una prueba evidente. Di por
descontado los resultados más sorprendentes. Dirigía mis golpes a su carácter,
Rodion Romanovitch, a su carácter sobre todo. Le confieso que confiaba
demasiado en usted mismo.
Pero ¿por qué me cuenta usted todo esto? gruñó Raskolnikof, sin darse
cuenta del alcance de su pregunta.
«¿Me creerá acaso inocente?», se preguntó con el pensamiento.
¿Que por qué le cuento todo esto? Yo he venido a darle una explicación.
Considero que esto es un deber sagrado para mí. Quiero exponerle con todo
detalle el proceso de mi aberración. Le sometí a usted a una verdadera tortura,
Rodion Romanovitch, pero no soy un monstruo. Pues me hago cargo de lo que
debe experimentar una persona desgraciada, orgullosa, altiva y poco paciente,
sobre todo poco paciente, al verse sometida a una prueba semejante. Le
aseguro que le considero como un hombre de noble corazón y, hasta cierto
punto, como un hombre magnánimo, aunque no me sea posible compartir
todas sus opiniones. Juzgo como un deber hacerle cierta declaración en el
acto, pues no quiero que usted forme un juicio falso.
»Cuando empecé a conocerle, se despertó en mí una verdadera simpatía hacia
usted. Esta confesión le hará tal vez reír. Pues bien, ríase: tiene usted perfecto
derecho. Sé que usted, en cambio, sintió desde el primer momento una viva
antipatía hacia mí. Bien es verdad que yo no tengo nada que pueda hacerme
simpático; pero, cualquiera que sea su opinión sobre mí, puedo asegurarle que
deseo con todas mis fuerzas borrar la mala impresión que le produje, reparar
mis errores y demostrarle que soy un hombre de buen corazón. Le estoy
hablando sinceramente, créame.
Pronunciadas estas palabras, Porfirio Petrovitch se detuvo con un gesto lleno
de dignidad, y Raskolnikof se sintió dominado por un nuevo terror. La idea de
que el juez de instrucción le creía inocente le sobrecogía.
No es necesario remontarse al origen de los acontecimientos continuó Porfirio
Petrovitch . Creo que sería una rebusca inútil e imposible. Al principio circularon
rumores sobre cuyo origen y naturaleza creo superfluo extenderme. Inútil
también explicarle cómo se encontró su nombre enzarzado en todo esto. Lo
que a mí me dio la señal de alarma fue un hecho completamente fortuito, del
que tampoco le hablaré. El conjunto de rumores y circunstancias accidentales
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