En los mediodias ardientes
de los llanos del Daghestan...,
con una bala en el pecho...
De pronto rompió a llorar y exclamó con una especie de ronquido:
¡Excelencia, proteja a los huérfanos en memoria del difunto Simón
Zaharevitch, del que incluso puede decirse que era un aristócrata!
Tras un estremecimiento, volvió a su juicio, miró con un gesto de espanto a
cuantos la rodeaban y se vio que hacía esfuerzos por recordar dónde estaba.
En seguida reconoció a Sonia, pero se mostró sorprendida de verla a su lado.
Sonia..., Sonia... dijo dulcemente , ¿también estás tú aquí?
La levantaron de nuevo.
¡Ha llegado la hora...! ¡Esto se acabó, desgraciada...! La bestia está rendida...,
¡muerta! gritó con amarga desesperación, y cayó sobre la almohada.
Quedó adormecida, pero este sopor duró poco. Echó hacia atrás el amarillento
y enjuto rostro, su boca se abrió, sus piernas se extendieron convulsivamente,
lanzó un profundo suspiro y murió.
Sonia se arrojó sobre el cadáver, se abrazó a él, dejó caer su cabeza sobre el
descarnado pecho de la difunta y quedó inmóvil, petrificada. Poletchka se echó
sobre los pies de su madre y empezó a besarlos sollozando.
Kolia y Lena, aunque no comprendían lo que había sucedido, adivinaban que el
acontecimiento era catastrófico. Se habían cogido de los hombros y se miraban
en silencio. De pronto, los dos abrieron la boca y empezaron a llorar y a gritar.
Los dos llevaban aún sus vestidos de saltimbanqui: uno su turbante, el otro su
gorro adornado con una pluma de avestruz.
No se sabe cómo, el diploma obtenido por Catalina Ivanovna en el internado
apareció de pronto en el lecho, al lado del cadáver. Raskolnikof lo vio. Estaba
junto a la almohada.
Rodia se dirigió a la ventana. Lebeziatnikof corrió a reunirse con él.
Se ha muerto murmuró.
Rodion Romanovitch dijo Svidrigailof acercándose a ellos , tengo que decirle
algo importante.
Lebeziatnikof se retiró en el acto discretamente. No obstante, Svidrigailof se
llevó a Raskolnikof a un rincón más apartado. Rodia no podía ocultar su
curiosidad.
De todo esto, del entierro y de lo demás, me encargo yo. Ya sabe usted que
tengo más dinero del que necesito. Llevaré a Poletchka y sus hermanitos a un
buen orfelinato y depositaré mil quinientos rublos para cada uno. Así podrán
llegar a la mayoría de edad sin que Sonia Simonovna tenga que preocuparse
por su sostenimiento. En cuanto a ella, la retiraré de la prostitución, pues es
una buena chica, ¿no le parece? Ya puede usted explicar a Avdotia
Romanovna en qué gasto yo el dinero.
¿Qué persigue usted con su generosidad? preguntó Raskolnikof.
¡Qué escéptico es usted! exclamó Svidrigailof, echándose a reír . Ya le he
dicho que no necesito el dinero que en esto voy a gastar. Usted no admite que
yo pueda proceder por un simple impulso de humanidad. Al fin y al cabo, esa
mujer no era un gusano señalaba con el dedo el rincón donde reposaba la
difunta como cierta vieja usurera. ¿No sería preferible que, en vez de ella,
hubiera muerto Lujine, ya que así no podría cometer más infamias? Sin mi
ayuda, Poletchka seguiría el camino de su hermana...
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