polacos estaban indignadísimos y no cesaban de proferir en su lengua insultos
contra Piotr Petrovitch, al que llamaban, entre otras cosas, pane ladak.
Sonia escuchaba con gran atención, pero no parecía acabar de comprender lo
que pasaba: su estado era semejante al de una persona que acaba de salir de
un desvanecimiento. No apartaba los ojos de Raskolnikof, comprendiendo que
sólo él podía protegerla. La respiración de Catalina Ivanovna era silbante y
penosa. Estaba completamente agotada. Pero era Amalia Ivanovna la que
tenía un aspecto más grotesco, con su boca abierta y su cara de pasmo. Era
evidente que no comprendía lo que estaba ocurriendo. Lo único que sabía era
que Piotr Petrovitch se hallaba en una situación comprometida.
Raskolnikof intentó volver a hablar, pero en seguida renunció a ello al ver que
los inquilinos se precipitaban sobre Lujine y, formando en torno de él un círculo
compacto, le dirigían toda clase de insultos y amenazas. Pero Lujine no se
amilanó. Comprendiendo que había perdido definitivamente la partida, recurrió
a la insolencia.
Permítanme, señores, permítanme. No se pongan así. Déjenme pasar dijo
mientras se abría paso . No se molesten ustedes en intentar amedrentarme
con sus amenazas. Tengan la seguridad de que no adelantarán nada, pues no
soy de los que se asustan fácilmente. Por el contrario, les advierto que tendrán
que responder de la cooperación que han prestado a un acto delictivo. La
culpabilidad de la ladrona está más que probada, y presentaré la oportuna
denuncia. Los jueces no están ciegos... ni bebidos. Por eso rechazarán el
testimonio de dos impíos, de dos revolucionarios que me calumnian por una
cuestión de venganza personal, como ellos mismos han tenido la candidez de
reconocer. Permítanme, señores.
No podría soportar ni un minuto más su presencia en mi habitación le dijo
Andrés Simonovitch . Haga el favor de marcharse. No quiero ningún trato con
usted. ¡Cuando pienso que he estado dos semanas gastando saliva para
exponerle...!
Andrés Simonovitch, recuerde que hace un rato le he dicho que me marchaba
y usted trataba de retenerme. Ahora me limitaré a decirle que es usted un tonto
de remate y que le deseo se cure de la cabeza y de los ojos. Permítanme,
señores...
Y consiguió terminar de abrirse paso. Pero el de intendencia no quiso dejarle
salir de aquel modo. Considerando que los insultos eran un castigo insuficiente
para él, cogió un vaso de la mesa y se lo arrojó con todas sus fuerzas.
Desgraciadamente, el proyectil fue a estrellarse contra Amalia Ivanovna, que
empezó a proferir grandes alaridos, mientras el de intendencia, que había
perdido el equilibrio al tomar impulso para el lanzamiento, caía pesadamente
sobre la mesa.
Piotr Petrovitch logró llegar a su aposento, y, una hora después, había salido
de la casa.
Antes de esta aventura, Sonia, tímida por naturaleza, se sentía más vulnerable
que las demás mujeres, ya que cualquiera tenía derecho a ultrajarla. Sin
embargo, había creído hasta entonces que podría contrarrestar la malevolencia
a fuerza de discreción, dulzura y humildad. Pero esta ilusión se había
desvanecido y su decepción fue muy amarga. Era capaz de soportarlo todo con
paciencia y sin lamentarse, y el golpe que acababa de recibir no estaba por
encima de sus fuerzas, pero en el primer momento le pareció demasiado duro.
A pesar del triunfo de su inocencia en el asunto del billete, transcurridos los
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