Piotr Petrovitch, del que ya no pudieron apartarse. Se diría que había quedado
fascinada. Lebeziatnikof se dirigió a la puerta.
Piotr Petrovitch se levantó, dijo a Sonia por señas que no se moviese y detuvo
a Andrés Simonovitch en el momento en que éste iba a salir.
¿Está abajo Raskolnikof? le preguntó en voz baja . ¿Ha llegado ya?
¿Raskolnikof? Sí, está abajo. ¿Por qué? Sí, lo he visto entrar. ¿Por qué lo
pregunta?
Le ruego que permanezca aquí y que no me deje solo con esta... señorita. El
asunto que tenemos que tratar es insignificante, pero sabe Dios las
conclusiones que podría extraer de nuestra entrevista esa gente... No quiero
que Raskolnikof vaya contando por ahí... ¿Comprende lo que quiero decir?
Comprendo, comprendo dijo Lebeziatnikof con súbita lucidez . Está usted en
su derecho. Sus temores respecto a mí son francamente exagerados, pero...
Tiene usted perfecto derecho a obrar así. En fin, me quedaré. Me iré al lado de
la ventana y no los molestaré lo más mínimo. A mi juicio, usted tiene derecho
a...
Piotr Petrovitch volvió al sofá y se sentó frente a Sonia. La miró atentamente, y
su semblante cobró una expresión en extremo grave, incluso severa. «No vaya
usted a imaginarse tampoco cosas que no son», parecía decir con su mirada.
Sonia acabó de perder la serenidad.
Ante todo, Sonia Simonovna, transmita mis excusas a su honorable madre...
No me equivoco, ¿verdad? Catalina Ivanovna es su señora madre, ¿no es
cierto?
Piotr Petrovitch estaba serio y amabilísimo. Evidentemente abrigaba las más
amistosas relaciones respecto a Sonia.
Sí repuso ésta, presurosa y asustada , es mi segunda madre.
Pues bien, dígale que me excuse. Circunstancias ajenas a mi voluntad me
impiden asistir al festín. Me refiero a esa comida de funerales a que ha tenido
la gentileza de invitarme.
Se lo voy a decir ahora mismo.
Y Sonetchka se puso en pie en el acto.
Tengo que decirle algo más le advirtió Piotr Petrovitch, sonriendo ante la
ingenuidad de la muchacha y su ignorancia de las costumbres sociales . Sólo
quien no me conozca puede suponerme capaz de molestar a otra persona, de
hacerle venir a verme, por un motivo tan fútil como el que le acabo de exponer
y que únicamente tiene interés para mí. No, mis intenciones son otras.
Sonia se apresuró a volver a sentarse. Sus ojos tropezaron de nuevo con los
billetes multicolores, pero ella los apartó en seguida y volvió a fijarlos en Lujine.
Mirar el dinero ajeno le parecía una inconveniencia, sobre todo en la situación
en que se hallaba... Se dedicó a observar los lentes de montura de oro que
Piotr Petrovitch tenía en su mano izquierda, y después fijó su mirada en la
soberbia sortija adornada con una piedra amarilla que el caballero ostentaba en
el dedo central de la misma mano. Finalmente, no sabiendo adónde mirar, fijó
la vista en la cara de Piotr Petrovitch. El cual, tras un majestuoso silencio,
continuó:
Ayer tuve ocasión de cambiar dos palabras con la infortunada Catalina
Ivanovna, y esto me bastó para darme cuenta de que se halla en un estado...
anormal, por decirlo así.
Cierto: es un estado anormal se apresuró a repetir Sonia.
O, para decirlo más claramente, más exactamente, en un estado morboso.
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