hombre activo y que está siempre ocupadísimo. Ha de partir cuanto antes para
Petersburgo y debe aprovechar el tiempo.
»Al principio, como comprenderás, nos quedamos atónitas, pues no
esperábamos en modo alguno una solicitud de esta índole, y tu hermana y yo
nos pasamos el día reflexionando sobre la cuestión. Es un hombre digno y bien
situado. Presta servicios en dos departamentos y posee una pequeña fortuna.
Verdad es que tiene ya cuarenta y cinco años, pero su presencia es tan
agradable, que estoy segura de que todavía gusta a las mujeres. Es austero y
sosegado, aunque tal vez un poco altivo. Pero es muy posible que esto último
sea tan sólo una apariencia engañosa.
»Ahora una advertencia, querido Rodia: cuando lo veas en Petersburgo, cosa
que ocurrirá muy pronto, no te precipites a condenarlo duramente, siguiendo tu
costumbre, si ves en él algo que te disguste. Te digo esto en un exceso de
previsión, pues estoy segura de que producirá en ti una impresión favorable.
Por lo demás, para conocer a una persona, hay que verla y observarla
atentamente durante mucho tiempo, so pena de dejarte llevar de prejuicios y
cometer errores que después no se reparan fácilmente.
»Todo induce a creer que Piotr Petrovitch es un hombre respetable a carta
cabal. En su primera visita nos dijo que era un espíritu realista, que compartía
en muchos puntos la opinión de las nuevas generaciones y que detestaba los
prejuicios. Habló de otras muchas cosas, pues parece un poco vanidoso y le
gusta que le escuchen, lo cual no es un crimen, ni mucho menos. Yo,
naturalmente, no comprendí sino una pequeña parte de sus comentarios, pero
Dunia me ha dicho que, aunque su instrucción es mediana, parece bueno e
inteligente. Ya conoces a tu hermana, Rodia: es una muchacha enérgica,
razonable, paciente y generosa, aunque posee (de esto estoy convencida) un
corazón apasionado. Indudablemente, el motivo de este matrimonio no es, por
ninguna de las dos partes, un gran amor; pero Dunia, además de inteligente, es
una mujer de corazón noble, un verdadero ángel, y se impondrá el deber de
hacer feliz a su marido, el cual, por su parte, procurará corresponderle, cosa
que, hasta el momento, no tenemos motivo para poner en duda, pese a que el
matrimonio, hay que confesarlo, se ha concretado con cierta precipitación. Por
otra parte, siendo él tan inteligente y perspicaz, comprenderá que su felicidad
conyugal dependerá de la que proporcione a Dunetchka.
»En lo que concierne a ciertas disparidades de genio, de costumbres
arraigadas, de opiniones (cosas que se ven en los hogares más felices),
Dunetchka me ha dicho que está segura de que podrá evitar que ello sea
motivo de discordia, que no hay que inquietarse por tal cosa, pues ella se
siente capaz de soportar todas las pequeñas discrepancias, con tal que las
relaciones matrimoniales sean sinceras y justas. Además, las apariencias son
engañosas muchas veces. A primera vista, me ha parecido un tanto brusco y
seco; pero esto puede proceder precisamente de su rectitud y sólo de su
rectitud.
»En su segunda visita, cuando ya su petición había sido aceptada, nos dijo, en
el curso de la conversación, que antes de conocer a Dunia ya había resuelto
casarse con una muchacha honesta y pobre que tuviera experiencia de las
dificultades de la vida, pues considera que el marido no debe sentirse en
ningún caso deudor de la mujer y que, en cambio, es muy conveniente que ella
vea en él un bienhechor. Sin duda, no me expreso con la amabilidad y
delicadeza con que él se expresó, pues sólo he retenido la idea, no las
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