Yo no estaba tranquilo... Cuando llegó usted, el otro día, seguramente
embriagado, y dijo a los porteros que lo llevaran a la comisaría, después de
haber interrogado a los pintores sobre las manchas de sangre, me contrarió
que no le hicieran caso por creer que estaba usted bebido. Esto me atormentó
de tal modo, que no pude dormir. Y como me acordaba de su dirección,
decidimos venir ayer a preguntar...
¿Quién vino? le interrumpió Raskolnikof, que empezaba a comprender.
Yo. Por lo tanto, soy yo el que le insultó.
Entonces, ¿vive usted en aquella casa?
Sí, y estaba en el portal con otras personas. ¿No se acuerda? Hace ya mucho
tiempo que vivo y trabajo en aquella casa. Tengo el oficio de peletero. Lo que
más me inquieta es...
Raskolnikof se acordó de súbito de toda la escena de la antevíspera.
Efectivamente, en el portal, además de los porteros, había varias personas,
hombres y mujeres. Uno de los hombres había dicho que debían llevarle a la
comisaría. No recordaba cómo era el que había manifestado este parecer ni
siquiera ahora podía reconocerle , pero estaba seguro de haberse vuelto hacia
él y haber respondido algo...
Se había aclarado el inquietante misterio del día anterior. Y lo más notable era
que había estado a punto de perderse por un hecho tan insignificante. Aquel
hombre únicamente podía haber revelado que él, Raskolnikof, había ido allí
para alquilar una habitación y hecho ciertas preguntas sobre las manchas de
sangre. Por consiguiente, esto era todo lo que Porfirio Petrovitch podía saber;
es decir, que tenía conocimiento de su acceso de delirio, pero de nada más, a
pesar de su «arma psicológica de dos filos». En resumidas cuentas, que no
sabía nada positivo. De modo que, si no surgían nuevos hechos (y no debían
surgir), ¿qué le podían hacer? Aunque llegaran a detenerle, ¿cómo podrían
confundirle? Otra cosa que podía deducirse era que Porfirio acababa de
enterarse de su visita a la vivienda de las víctimas. Antes de ver al peletero no
sabía nada.
¿Ha sido usted el que le ha contado hoy a Porfirio mi visita a aquella casa?
preguntó, obedeciendo a una idea repentina.
¿Quién es Porfirio?
El juez de instrucción.
Sí, yo he sido. Como los porteros no fueron, he ido yo.
¿Hoy?
He llegado un momento antes que usted y lo he oído todo: sé cómo le han
torturado.
¿Dónde estaba usted?
En la vivienda del juez, detrás de la puerta interior del despacho. Allí he estado
durante toda la escena.
Entonces, ¿era usted la sorpresa? Cuéntemelo todo. ¿Por qué estaba usted
escondido allí?
Pues verá dijo el peletero . En vista de que los porteros no querían ir a dar
parte a la policía, con el pretexto de que era tarde y les pondrían de vuelta y
media por haber ido a molestarlos a hora tan intempestiva, me indigné de tal
modo, que no pude dormir, y ayer empecé a informarme acerca de usted. Hoy,
ya debidamente informado, he ido a ver al juez de instrucción. La primera vez
que he preguntado por él, estaba ausente. He vuelto una hora después y no
me ha recibido. Al fin, a la tercera vez, me han hecho pasar a su despacho. Se
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