No me dejaré torturar -murmuró en el mismo tono de antes. Pero advertía, con
una mezcla de amargura y rencor, que no podía obrar de otro modo, y esta
convicción aumentaba su cólera . Deténgame añadió , regístreme si quiere;
pero aténgase a las reglas y no juegue conmigo. ¡Se lo prohíbo!
Nada de reglas respondió Porfirio, que seguía sonriendo burlonamente y
miraba a Raskolnikof con cierto júbilo . Le invité a venir a verme como amigo.
No quiero para nada su amistad, la desprecio. ¿Oye usted? Y ahora cojo mi
gorra y me marcho. Veremos qué dice usted, si tiene intención de arrestarme.
Cogió su gorra y se dirigió a la puerta.
¿No quiere ver la sorpresa que le he reservado? le dijo Porfirio Petrovitch, con
su irónica sonrisita y cogiéndole del brazo, cuando ya estaba ante la puerta.
Parecía cada vez más alegre y burlón, y esto ponía a Raskolnikof fuera de sí.
¿Una sorpresa? ¿Qué sorpresa? preguntó Rodia, fijando en el juez de
instrucción una mirada llena de inquietud.
Una sorpresa que está detrás de esa puerta... ¡Je, je, je!
Señalaba la puerta cerrada que comunicaba con sus habitaciones.
Incluso la he encerrado bajo llave para que no se escape.
¿Qué demonios se trae usted entre manos?
Raskolnikof se acercó a la puerta y trató de abrirla, pero no le fue posible.
Está cerrada con llave y la llave la tengo yo -dijo Porfirio.
Y, en efecto, le mostró una llave que acababa de sacar del bolsillo.
No haces más que mentir -gruñó Raskolnikof sin poder dominarse . ¡Mientes,
mientes, maldito polichinela!
Y se arrojó sobre el juez de instrucción, que retrocedió hasta la puerta, aunque
sin