importantísimas y que reducen a veces a la nada el cálculo más ingenioso.
Crea usted a este viejo, Rodion Romanovitch...
Y al pronunciar estas palabras, Porfirio Petrovitch, que sólo contaba treinta y
cinco años, parecía haber envejecido: hasta su voz había cambiado, y se diría
que se había arqueado su espalda.
Además -continuó , yo soy un hombre sincero... ¿Verdad que soy un hombre
sincero? Dígame: ¿usted qué cree? A mí me parece que no se puede ir más
lejos en la sinceridad. Yo le he hecho verdaderas confidencias sin exigir
compensación alguna. ¡Je, je, je! En fin, volvamos a nuestro asunto. El ingenio
es, a mi entender, algo maravilloso, un ornamento de la naturaleza, por decirlo
así, un consuelo en medio de la dureza de la vida, algo que permite, al parecer,
confundir a un pobre ju