las consecuencias del escándalo, pues demostrar la verdad no habría sido
cosa fácil.
»Aún había otras razones para que Dunia no pudiera dejar la casa hasta seis
semanas después. Ya conoces a Dunia, ya sabes que es una mujer inteligente
y de carácter firme. Puede soportar las peores situaciones y encontrar en su
ánimo la entereza necesaria para conservar la serenidad. Aunque nos
escribíamos con frecuencia, ella no me había dicho nada de todo esto para no
apenarme. El desenlace sobrevino inesperadamente. Marfa Petrovna
sorprendió un día en el jardín, por pura casualidad, a su marido en el momento
en que acosaba a Dunia, y lo interpretó todo al revés, achacando la culpa a tu
hermana. A esto siguió una violenta escena en el mismo jardín. Marfa Petrovna
llegó incluso a golpear a Dunia: no quiso escucharla y estuvo vociferando
durante más de una hora. Al fin la envió a mi casa en una simple carreta, a la
que fueron arrojados en desorden sus vestidos, su ropa blanca y todas sus
cosas: ni siquiera le permitió hacer el equipaje. Para colmo de desdichas, en
aquel momento empezó a diluviar, y Dunia, después de haber sufrido las más
crueles afrentas, tuvo que recorrer diecisiete verstas en una carreta sin toldo y
en compañía de un mujik. Dime ahora qué podía yo contestar a tu carta, qué
podía contarte de esta historia.
»Estaba desesperada. No me atrevía a decirte la verdad, ya que con ello sólo
habría conseguido apenarte y desatar tu indignación. Además, ¿qué podías
hacer tú? Perderte: esto es lo único. Por otra parte, Dunetchka me lo había
prohibido. En cuanto a llenar una carta de palabras insulsas cuando mi alma
estaba henchida de dolor, no me sentía capaz de hacerlo.
»Desde que se supo todo esto, fuimos el tema preferido por los murmuradores
de la ciudad, y la cosa duró un mes entero. No nos atrevíamos ni siquiera a ir a
cumplir con nuestros deberes religiosos, pues nuestra presencia era acogida
con cuchicheos, miradas desdeñosas e incluso comentarios en voz alta.
Nuestros amigos se apartaron de nosotras, nadie nos saludaba, e incluso sé de
buena tinta que un grupo de empleadillos proyectaba contra nosotras la mayor
afrenta: embadurnar con brea la puerta de nuestra casa. Por cierto que el
casero nos había exigido que la desalojáramos.
»Y todo por culpa de Marfa Petrovna, que se había apresurado a difamar a
Dunia por toda la ciudad. Venía casi a diario a esta población, en la que conoce
a todo el mundo. Es una charlatana que se complace en contar historias de
familia ante el primero que llega, y, sobre todo, en censurar a su marido
públicamente, cosa que no me parece ni medio bien. Así, no es extraño que le
faltara el tiempo para ir pregonando el caso de Dunia, no sólo por la ciudad,
sino por toda la comarca.
»Caí enferma. Tu hermana fue más fuerte que yo. ¡Si hubieras visto la
entereza con que soportaba su desgracia y procuraba consolarme y darme
ánimos! Es un ángel...
»Pero la misericordia divina ha puesto fin a nuestro infortunio.
»El señor Svidrigailof ha recobrado la lucidez. Torturado por el remordimiento y
compadecido sin duda de la suerte de tu hermana, ha presentado a Marfa
Petrovna las pruebas más convincentes de la inocencia de Dunia: una carta
que Dunetchka le había escrito antes de que la esposa los sorprendiera en el
jardín, para evitar las explicaciones de palabra y demostrarle que no quería
tener ninguna entrevista con él. En esta carta, que quedó en poder del señor
Svidrigailof al salir de la casa Dunetchka, ésta le reprochaba vivamente y con
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