»Pero ahora, gracias a Dios, creo que te podré mandar algo. Por otra parte, en
estos momentos no podemos quejarnos de nuestra suerte, por el motivo que
me apresuro a participarte. Ante todo, querido Rodia, tú no sabes que hace ya
seis semanas que tu hermana vive conmigo y que ya no tendremos que volver
a separarnos. Gracias a Dios, han terminado sus sufrimientos. Pero vayamos
por orden: así sabrás todo lo ocurrido, todo lo que hasta ahora te hemos
ocultado.
»Cuando hace dos meses me escribiste diciéndome que te habías enterado de
que Dunia había caído en desgracia en casa de los Svidrigailof, que la trataban
desconsideradamente, y me pedías que te lo explicara todo, no me pareció
conveniente hacerlo. Si te hubiese contado la verdad, lo habrías dejado todo
para venir, aunque hubieras tenido que hacer el mismo camino a pie, pues
conozco tu carácter y tus sentimientos y sé que no habrías consentido que
insultaran a tu hermana.
»Yo estaba desesperada, pero ¿qué podía hacer? Por otra parte, yo no sabía
toda la verdad. El mal estaba en que Dunetchka, al entrar el año pasado en
casa de los Svidrigailof como institutriz, había pedido por adelantado la
importante cantidad de cien rublos, comprometiéndose a devolverlos con sus
honorarios. Por lo tanto, no podía dejar la plaza hasta haber saldado la deuda.
Dunia (ahora ya puedo explicártelo todo, mi querido Rodia) había pedido esta
suma especialmente para poder enviarte los sesenta rublos que entonces
necesitabas con tanta urgencia y que, efectivamente, te mandamos el año
pasado. Entonces te engañamos diciéndote que el dinero lo tenía ahorrado
Dunia. No era verdad; la verdad es la que te voy a contar ahora, en primer
lugar porque nuestra suerte ha cambiado de pronto por la voluntad de Dios, y
también porque así tendrás una prueba de lo mucho que te quiere tu hermana
y de la grandeza de su corazón.
»El señor Svidrigailof empezó por mostrarse grosero con ella, dirigiéndole toda
clase de burlas y expresiones molestas, sobre todo cuando estaban en la
mesa... Pero no quiero extenderme sobre estos desagradables detalles: no
conseguiría otra cosa que irritarte inútilmente, ahora que ya ha pasado todo.
»En resumidas cuentas, que la vida de Dunetchka era un martirio, a pesar de
que recibía un trato amable y bondadoso de Marfa Petrovna, la esposa del
señor Svidrigailof, y de todas las personas de la casa. La situación de Dunia
era aún más penosa cuando el señor Svidrigailof bebía más de la cuenta,
cediendo a los hábitos adquiridos en el ejército.
»Y esto fue poco comparado con lo que al fin supimos. Figúrate que
Svidrigailof, el muy insensato, sentía desde hacía tiempo por Dunia una pasión
que ocultaba bajo su actitud grosera y despectiva. Tal vez estaba avergonzado
y atemorizado ante la idea de alimentar, él, un hombre ya maduro, un padre de
familia, aquellas esperanzas licenciosas e involuntarias hacia Dunia; tal vez sus
groserías y sus sarcasmos no tenían más objeto que ocultar su pasión a los
ojos de su familia. Al fin no pudo contenerse y, con toda claridad, le hizo
proposiciones deshonestas. Le prometió cuanto puedas imaginarte, incluso
abandonar a los suyos y marcharse con ella a una ciudad lejana, o al
extranjero si lo prefería. Ya puedes suponer lo que esto significó para tu
hermana. Dunia no podía dejar su puesto, no sólo porque no había pagado su
deuda, sino por temor a que Marfa Petrovna sospechara la verdad, lo que
habría introducido la discordia en la familia. Además, incluso ella habría sufrido
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