Ivanovitch me preguntó , cómo transcurrirá tu viaje?» Debo decirle que era una
maestra en el arte de echar las cartas... Nunca me perdonaré haberme
negado. Eché a correr, presa de pánico. Bien es verdad que la campana que
llama a los viajeros al tren estaba ya sonando... Y hoy, cuando me hallaba en
mi habitación, luchando por digerir la detestable comida de figón que acababa
de echar a mi cuerpo, con un cigarro en la boca, ha entrado Marfa Petrovna,
esta vez elegantemente ataviada con un flamante vestido verde de larga cola.
» Buenos días, Arcadio Ivanovitch. ¿Qué te parece mi vestido? Aniska no
habría sido capaz de hacer una cosa igual.
»Aniska es una costurera de nuestra casa, que primero había sido sierva y que
había hecho sus estudios en Moscú... Una bonita muchacha.
»Marfa Petrovna no cesa de dar vueltas ante mí. Yo contemplo el vestido,
después la miro á ella a la cara, atentamente.
» ¿Qué necesidad tienes de venir a consultarme estas bagatelas, Marfa
Petrovna?
» ¿Es que te molesta hasta que venga a verte?
» Oye, Marfa Petrovna le digo para mortificarla , voy , a volver a casarme.
» Eso es muy propio de ti me responde . Pero no te hace ningún favor casarte
cuando todavía está tan reciente la muerte de tu mujer. Aunque tu elección
fuera acertada, sólo conseguirías atraerte las críticas de las personas
respetables.
»Dicho esto, se ha marchado, y a mí me ha parecido oír el frufrú de su cola.
¡Qué cosas tan absurdas!, ¿verdad?
¿No me estará usted contando una serie de mentiras? preguntó Raskolnikof.
Miento muy pocas veces repuso Svidrigailof, pensativo y sin que, al parecer,
advirtiera lo grosero de la pregunta.
Y antes de esto, ¿no había tenido usted apariciones?
No... Mejor dicho, sólo una vez, hace seis años. Yo tenía un criado llamado
Filka. Acababan de enterrarlo, cuando empecé a gritar, distraído: «¡Filka, mi
pipa!» Filka entró y se fue derecho al estante donde estaban alineados mis
utensilios de fumador. Como habíamos tenido un fuerte altercado poco antes
de su muerte, supuse que su aparición era una venganza. Le grité: «¿Cómo te
atreves a presentarte ante mí vestido de ese modo? Se te ven los codos por
los boquetes de las mangas. ¡Fuera de aquí, miserable!» El dio media vuelta,
se fue y no se me apareció nunca más. No dije nada de esto a Marfa Petrovna.
Mi primera intención fue dedicarle una misa, pero después pensé que esto
sería una puerilidad.
Usted debe ir al médico.
No necesito que usted me lo diga para saber que estoy enfermo, aunque
ignoro de qué enfermedad. Sin embargo, yo creo que mi conducta es cinco
veces más normal que la de usted. Mi pregunta no ha sido si usted cree que
pueden verse apariciones, sino si opina que las apariciones existen.
No, de ningún modo puedo creer eso dijo Raskolnikof con cierta irritación.
La gente murmuró Svidrigailof como si hablara consigo mismo, inclinando la
cabeza y mirando de reojo suele decir: «Estás enfermo. Por lo tanto, todo eso
que ves son alucinaciones.» Esto no es razonar con lógica rigurosa. Admito
que las apariciones sólo las vean los enfermos; pero esto sólo demuestra que
hay que estar enfermo para verlas, no que las apariciones no existan.
Estoy seguro de que no existen exclamó Raskolnikof con energía.
¿Usted cree?
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