El desconocido empezó por dirigirle una mirada al soslayo; después lo examinó
detenidamente, sin prisa; al fin, y sin pronunciar palabra, dio media vuelta y se
marchó.
¿Qué quería ese hombre? preguntó Raskolnikof.
Es un individuo que ha venido a preguntar si vivía aquí un estudiante que ha
resultado ser usted, pues me ha dado su nombre y el de su patrona. En este
momento ha bajado usted, yo le he señalado y él se ha ido. Eso es todo.
El portero parecía bastante asombrado, pero su perplejidad no duró mucho:
después de reflexionar un instante, dio media vuelta y desapareció en la
portería. Raskolnikof salió en pos del desconocido.
Apenas salió, lo vio por la acera de enfrente. Aquel hombre marchaba a un
paso regular y lento, tenía la vista fija en el suelo y parecía reflexionar.
Raskolnikof le alcanzó en seguida, pero de momento se limitó a seguirle. Al fin
se colocó a su lado y le miró de reojo. El desconocido advirtió al punto su
presencia, le dirigió una rápida mirada y volvió a bajar los ojos. Durante un
minuto avanzaron en silencio.
Usted ha preguntado por mí al portero, ¿no? dijo Raskolnikof en voz baja.
El otro no respondió. Ni siquiera levantó la vista. Hubo un nuevo silencio.
Viene a preguntar por mí y ahora se calla... ¿Por qué?
Raskolnikof hablaba con voz entrecortada. Las palabras parecían resistirse a
salir de su boca.
Esta vez, el desconocido levantó la cabeza y dirigió