CRIMEN Y CASTIGO crimen y castigo | Page 184

Peor para él. Su lógica es irrefutable. Pero la conciencia está en juego. Eso no debe preocuparle. Es una cuestión que afecta a los sentimientos humanos. El que sufre reconociendo su error, recibe un castigo que se suma al del penal. Así dijo Rasumikhine, malhumorado , los hombres geniales, esos que tienen derecho a matar, ¿no han de sentir ningún remordimiento por haber derramado sangre humana...? No se trata de que deban o no deban sentirlo. Sólo sufrirán en el caso de que sus víctimas les inspiren compasión. El sufrimiento y el dolor van necesariamente unidos a un gran corazón y a una elevada inteligencia. Los verdaderos grandes hombres deben de experimentar, a mi entender, una gran tristeza en este mundo añadió con un aire pensativo que contrastaba con el tono de la conversación. Levantó los ojos y miró a los presentes con aire distraído. Después sonrió y cogió su gorra. Estaba sereno, por lo menos mucho más que cuando había llegado, y se daba cuenta de ello. Todos se levantaron. Porfirio Petrovitch dijo: Enfádese conmigo, insúlteme si quiere, pero no puedo remediarlo: tengo que hacerle otra pregunta..., aunque reconozco que estoy abusando de su paciencia. Quisiera exponerle cierta idea que se me acaba de ocurrir y que temo olvidar... Bien, usted dirá dijo Raskolnikof, de pie, pálido y serio, frente al juez de instrucción. Pues se trata... No sé cómo explicarme... Es una idea tan extraña... De tipo psicológico, ¿sabe...? Verá. Yo creo que cuando estaba usted escribiendo su artículo tenía forzosamente que considerarse, por lo menos en cierto modo, como uno de esos hombres extraordinarios destinados a decir «palabras nuevas», en el sentido que usted ha dado a esta expresión... ¿No es así? Es muy posible repuso desdeñosamente Raskolnikof. Rasumikhine hizo un movimiento. En ese caso, ¿sería usted capaz de decidirse, para salir de una situación económica apurada o para hacer un servicio a la humanidad, a dar el paso..., en fin, a matar para robar? Y guiñó el ojo izquierdo, mientras sonreía en silencio, exactamente igual que antes. Si estuviera decidido a dar un paso así, tenga la seguridad de que no se lo diría a usted repuso Raskolnikof con retadora arrogancia. Mi pregunta ha obedecido a una curiosidad puramente literaria. La he hecho con el único fin de comprender mejor el fondo de su artículo. «¡Qué celada tan buena! pensó Raskolnikof, asqueado . La malicia está cosida con hilo blanco.» Permítame aclararle dijo secamente que yo no me he creído jamás un Mahoma ni un Napoleón, ni ningún otro personaje de este género, y que, en consecuencia, no puedo decirle lo que haría en el caso contrario. Pues es raro, porque ¿quién no se cree hoy en Rusia un Mahoma o un Napoleón? exclamó Porfirio, empleando de súbito un tono exageradamente familiar. Incluso el acento que había empleado para pronunciar estas palabras era singularmente explícito.   183