depende del grado de elevación de la independencia (estas cifras son
únicamente aproximadas). Sólo surge un hombre de genio entre millones de
individuos, y millares de millones de hombres pasan sobre la corteza terrestre
antes de que aparezca una de esas inteligencias capaces de cambiar la faz del
mundo. Desde luego, yo no me he asomado a la retorta donde se elabora todo
eso, pero no cabe duda de que esta ley existe, porque debe existir, porque en
esto no interviene para nada el azar.
¿Estáis bromeando? exclamó Rasumikhine . ¿Os burláis el uno del otro? Os
estáis lanzando pulla tras pulla. Tú no hablas en serio, Rodia.
Raskolnikof no contestó a su amigo. Levantó hacia él su pálido y triste rostro, y
Rasumikhine, al ver aquel semblante lleno de amargura, consideró inadecuado
el tono cáustico, grosero y provocativo de Porfirio.
Bien, querido dijo el estudiante . Si estáis hablando en serio, quiero decirte
que tienes razón al afirmar que no hay nada nuevo en esas ideas, que todas se
parecen a las que hemos oído exponer infinidad de veces. Pero yo veo algo
original en tu artículo, algo que a mi entender te pertenece por completo, muy a
pesar mío, y es ese derecho moral a derramar sangre que tú concedes con
plena conciencia y excusas con tanto fanatismo... Me parece que ésta es la
idea principal de tu artículo: la autorización moral a matar..., la cual, por cierto,
me parece mucho más terrible que la autorización oficial y legal.
Exacto: es mucho más terrible observó Porfirio.
Sin duda, tú te has dejado llevar hasta más allá del límite de tu idea. Eso es un
error. Leeré tu artículo. Tú has dicho más de lo que querías decir... Tú no
puedes opinar así... Leeré tu artículo.
En mi artículo no hay nada de todo eso dijo Raskolnikof . Yo me limité a
comentar superficialmente la cuestión.
Lo cierto es dijo Porfirio, que apenas podía mantenerse en su puesto de juez
que ahora comprendo casi enteramente sus puntos de vista sobre el crimen.
Pero... Perdone que le importune tanto (estoy avergonzado de molestarle de
este modo). Oiga: acaba usted de tranquilizarme respecto a los casos de error,
esos casos de confusión entre las dos categorías; pero... sigo sintiendo cierta
inquietud al pensar en el lado práctico de la cuestión. Si un hombre, un
adolescente, sea el que fuere, se imagina ser un Licurgo, o un Mahoma
(huelga decir que en potencia, o sea para el futuro), y se lanza a destruir todos
los obstáculos que encuentra en su camino..., se dirá que va a emprender una
larga campaña y que para esta campaña necesita dinero... ¿Comprende...?
Al oír estas palabras, Zamiotof resolló en su rincón, pero Raskolnikof ni le miró
siquiera.
Admito repuso tranquilamente que esos casos deben presentarse. Los
vanidosos, esos seres estúpidos, pueden caer en la trampa, y más aún si son
demasiado jóvenes.
Por eso se lo digo... ¿Y qué hay que hacer en ese caso?
Raskolnikof sonrió mordazmente.
¿Qué quiere usted que le diga? Eso no me afecta lo más mínimo. Así es y así
será siempre... Fíjese usted en éste e indicó con un gesto a Rasumikhine .
Hace un momento decía que yo disculpaba el asesinato. Pero ¿eso qué
importa? La sociedad está bien protegida por las deportaciones, las cárceles,
los presidios, los jueces. No tiene motivo para inquietarse. No tiene más que
buscar al delincuente.
¿Y si se le encuentra?
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