Raskolnikof calculó que tenía unos treinta años y que la edad de Marmeladof
superaba bastante a la de su mujer. Ella no advirtió la presencia de los dos
hombres. Parecía sumida en un estado de aturdimiento que le impedía ver y
oír.
La atmósfera de la habitación era irrespirable, pero la ventana estaba cerrada.
De la escalera llegaban olores nauseabundos, pero la puerta del piso estaba
abierta. En fin, la puerta interior, solamente entreabierta, dejaba pasar espesas
nubes de humo de tabaco que hacían toser a Catalina Ivanovna; pero ella no
se había preocupado de cerrar esta puerta.
El hijo menor, una niña de seis años, dormía sentada en el suelo, con el cuerpo
torcido y la cabeza apoyada en el sofá. Su hermanito, que tenía un año más
que ella, lloraba en un rincón y los sollozos sacudían todo su cuerpo.
Seguramente su madre le acababa de pegar. La mayor, una niña de nueve
años, alta y delgada como una cerilla, llevaba una camisa llena de agujeros y,
sobre los desnudos hombros, una capa de paño, que sin duda le venía bien
dos años atrás, pero que ahora apenas le llegaba a las rodillas. Estaba al lado
de su hermanito y le rodeaba el cuello con su descarnado brazo. Al mismo
tiempo, seguía a su madre con una mirada temerosa de sus oscuros y grandes
ojos, que parecían aún mayores en su pequeña y enjuta carita.
Marmeladof no entró en el piso: se arrodilló ante el umbral y empujó a
Raskolnikof hacia el interior. Catalina Ivanovna se detuvo distraídamente al ver
ante ella a aquel desconocido y, volviendo momentáneamente a la realidad,
parecía preguntarse: ¿Qué hace aquí este hombre? Pero sin duda se imaginó
en seguida que iba a atravesar la habitación para dirigirse a otra. Entonces fue
a cerrar la puerta de entrada y lanzó un grito al ver a su marido arrodillado en el
umbral.
¿Ya estás aquí? exclamó, furiosa . ¿Ya has vuelto? ¿Dónde está el dinero?
¡Canalla, monstruo! ¿Qué te queda en los bolsillos? ¡Éste no es el traje! ¿Qué
has hecho de él? ¿Dónde está el dinero? ¡Habla!
Empezó a registrarle ávidamente. Marmeladof abrió al punto los brazos,
dócilmente, para facilitar la tarea de buscar en sus bolsillos. No llevaba encima
ni un kopek.
¿Dónde está el dinero? siguió vociferando la mujer . ¡Señor! ¿Es posible que
se lo haya bebido todo? ¡Quedaban doce rublos en el baúl!
En un arrebato de ira, cogió a su marido por los cabellos y le obligó a entrar a
fuerza de tirones. Marmeladof procuraba aminorar su esfuerzo arrastrándose
humildemente tras ella, de rodillas.
¡Es un placer para mí, no un dolor! ¡Un placer, amigo mío! exclamaba
mientras su mujer le tiraba del pelo y lo sacudía.
Al fin su frente fue a dar contra el entarimado. La niña que dormía en el suelo
se despertó y rompió a llorar. El niño, de pie en su rincón, no pudo soportar la
escena: de nuevo empezó a temblar, a gritar, y se arrojó en brazos de su
hermana, convulso y aterrado. La niña mayor temblaba como una hoja.
¡Todo, todo se lo ha bebido! gritaba, desesperada, la pobre mujer . ¡Y estas
ropas no son las suyas! ¡Están hambrientos! señalaba a los niños, se retorcía
los brazos . ¡Maldita vida!
De pronto se encaró con Raskolnikof.
¿Y a ti no te da vergüenza? ¡Vienes de la taberna! ¡Has bebido con él! ¡Fuera
de aquí!
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