El semblante de Raskolnikof se alteró profundamente: parecía reflejar una
agitación convulsiva.
Pulqueria Alejandrovna intervino, visiblemente aturdida:
Pero ¿qué dices, Dunia? No te enfades, Rodia, te lo suplico... Bien es verdad
que, desde que partimos, no cesé de pensar en la dicha de volver a verte y
charlar contigo... Tan feliz me sentía con este pensamiento, que el largo viaje
me pareció corto... Pero ¿qué digo? Ahora me siento verdaderamente feliz...
Te equivocas, Dunia... Y mi alegría se debe a que te vuelvo a ver, Rodia.
Basta, mamá dijo él, molesto por tanta locuacidad, estrechando las manos de
su madre, pero sin mirarla . Ya habrá tiempo de charlar y comunicarnos nuestra
alegría.
Pero al pronunciar estas palabras se turbó y palideció. Se sentía invadido por
un frío de muerte al evocar cierta reciente impresión. De nuevo tuvo que
confesarse que había dicho una gran mentira, pues sabía muy bien que no
solamente no volvería a hablar a su madre ni a su hermana con el corazón en
la mano, sino que ya no pronunciaría jamás una sola palabra espontánea ante
nadie. La impresión que le produjo esta idea fue tan violenta, que casi perdió la
conciencia de las cosas momentáneamente, y se levantó y se dirigió a la
puerta sin mirar a nadie.
Pero ¿qué te pasa? le dijo Rasumikhine cogiéndole del brazo.
Raskolnikof se volvió a sentar y paseó una silenciosa mirada por la habitación.
Todos le contemplaban con un gesto de estupor.
Pero ¿qué os pasa que estáis tan fúnebres? exclamó de súbito . ¡Decid algo!
¿Vamos a estar mucho tiempo así? ¡Ea, hablad! ¡Charlemos todos! No nos
hemos reunido para estar mudos. ¡Vamos, hablemos!
¡Bendito sea Dios! ¡Y yo que creía que no se repetiría el arrebato de ayer! dijo
Pulqueria Alejandrovna santiguándose.
¿Qué te ha pasado, Rodia? preguntó Avdotia Romanovna con un gesto de
desconfianza.
Nada respondió el joven : que me he acordado de una tontería.
Y se echó a reír.
Si es una tontería, lo celebro dijo Zosimof levantándose . Pues hasta a mí me
ha parecido... Bueno, me tengo que marchar. Vendré más tarde... Supongo
que le encontraré aquí.
Saludó y se fue.
Es un hombre excelente dijo Pulqueria Alejandrovna.
Sí, un hombre excelente, instruido, perfecto
exclamó Raskolnikof
precipitadamente y animándose de súbito . No recuerdo dónde lo vi antes de
mi enfermedad, pero sin duda lo vi en alguna parte... Y ahí tenéis otro hombre
excelente añadió señalando a Rasumikhine . ¿Te ha sido simpático, Dunia?
preguntó de pronto. Y se echó a reír sin razón alguna.
Mucho respondió Dunia.
¡No seas imbécil! exclamó Rasumikhine poniéndose colorado y levantándose.
Pulqueria Alejandrovna sonrió y Raskolnikof soltó la carcajada.
Pero ¿adónde vas?
Tengo que hacer.
Tú no tienes nada que hacer. De modo que te has de quedar. Tú te quieres
marchar porque se ha ido Zosimof. Quédate... ¿Qué hora es, a todo esto?
¡Qué preciosidad de reloj, Dunia! ¿Queréis decirme por qué seguís tan
callados? El único que habla aquí soy yo.
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