hablen demasiado? Entonces, tal vez le moleste yo, que... ¿Quiere darme
algunos consejos, Dmitri Prokofitch? ¿Cómo debo comportarme con él? Ya ve
usted que estoy completamente desorientada.
No le haga demasiadas preguntas si lo ve usted triste. Y, sobre todo, no le
hable de su salud: esto le molesta.
¡Ah, Dmitri Prokofitch; qué duro es a veces ser madre! Ya entramos en la
escalera... ¡Qué cosa tan horrible!
Mamá, estás pálida. Cálmate le dijo Dunia, acariciándola . Te atormentas en
balde, pues para él será una gran alegría volverte a ver añadió con ojos
resplandecientes.
Iré yo delante dijo Rasumikhine , para asegurarme de que está despierto.
Las dos damas subieron lentamente detrás de Rasumikhine. Cuando llegaron
al cuarto piso advirtieron que la puerta del departamento de la patrona estaba
entreabierta y que a través de la abertura, desde la sombra, las miraban dos
ojos negros. Cuando estos ojos se encontraron con los de ellas, la puerta se
cerró tan ruidosamente, que Pulqueria Alejandrovna estuvo a punto de lanzar
un grito de terror.
III
Está mejor les dijo Zosimof apenas las vio entrar. Zosimof estaba allí desde
hacía diez minutos, sentado en el mismo ángulo del diván que ocupaba la
víspera. Raskolnikof estaba sentado en el ángulo opuesto. Se hallaba
completamente vestido, e incluso se había lavado y peinado, cosa que no
había hecho desde hacía mucho tiempo.
El cuarto era tan reducido, que quedó lleno cuando entraron los visitantes. Pero
esto no impidió a Nastasia deslizarse tras ellos para escuchar.
Raskolnikof tenía buen aspecto en comparación con el de la víspera. Pero
estaba muy pálido y su semblante expresaba un sombrío ensimismamiento. Su
aspecto recordaba el de un herido o el de un hombre que acabara de
experimentar un profundo dolor físico. Tenía las cejas fruncidas; los labios,
contraídos; los ojos, ardientes. Hablaba poco y de mala gana, como a la fuerza,
y sus gestos expresaban a veces una especie de inquietud febril. Sólo le
faltaba un vendaje para parecer enteramente un herido.
Este sombrío y pálido semblante se iluminó momentáneamente al entrar la
madre y la hermana. Pero la luz se extinguió muy pronto y sólo quedó el dolor.
Zosimof, que examinaba a su paciente con un interés de médico joven,
observó con asombro que desde la entrada de las dos mujeres el semblante
del enfermo expresaba no alegría, sino una especie de estoicismo resignado.
Raskolnikof daba la impresión de estar haciendo acopio de energías para
soportar durante una o dos horas una tortura que no podía eludir. Cada palabra
de la conversación que sostuvo seguidamente pareció ahondar una herida
abierta en su alma. Pero, al mismo tiempo, mostró una sangre fría que
asombró a Zosimof: el loco furioso de la víspera era dueño de sí mismo hasta
el punto de poder disimular sus sentimientos.
Sí; ya me doy cuenta de que estoy casi curado lijo Raskolnikof