CRIMEN Y CASTIGO crimen y castigo | Page 150

Al fin el joven osó mirar más francamente a Avdotia Romanovna. Mientras hablaba, le había dirigido miradas al soslayo, pero rápidas y furtivas. A veces, la joven permanecía sentada ante la mesa, escuchándolo atentamente; a veces, se levantaba y empezaba a dar sus acostumbrados paseos por la habitación, con los brazos cruzados, cerrada la boca, pensativa, haciendo de vez en cuando una pregunta, pero sin detenerse. También ella tenía la costumbre de no escuchar hasta el final a quien le hablaba. Llevaba un vestido sencillo y ligero, y en el cuello un pañuelo blanco. Rasumikhine dedujo de diversos detalles que tanto ella como su madre vivían en la mayor pobreza. Si Avdotia Romanovna hubiese ido ataviada como una reina, es muy probable que Rasumikhine no se hubiera sentido cohibido ante ella. Sin embargo, tal vez porque la veía tan modestamente vestida y se imaginaba su vida de privaciones, estaba atemorizado y vigilaba atentamente sus propios gestos y palabras, lo que aumentaba su timidez de hombre que desconfía de sí mismo. Nos ha dado usted dijo Avdotia Romanovna con una sonrisa interesantes detalles acerca del carácter de mi hermano, y lo ha hecho con toda imparcialidad. Eso está muy bien; pero yo creía que usted lo admiraba... Sin duda, como usted supone, debe de haber alguna mujer en todo esto añadió, pensativa. Yo no he dicho tal cosa..., aunque tal vez tenga usted razón. Sin embargo... ¿Qué? Que él no ama a nadie y tal vez no sienta amor jamás afirmó Rasumikhine. Es decir, que lo considera usted incapaz de amar. ¿Sabe usted, Avdotia Romanovna, que se parece extraordinariamente, e incluso me atrevería a decir que en todo, a su hermano? dijo Rasumikhine sin pensarlo. Pero en seguida se acordó del juicio que acababa de expresar sobre tal hermano, y enrojeció hasta las orejas. La joven no pudo menos de echarse a reír al advertirlo. Es muy posible que estéis los dos equivocados en vuestro juicio sobre Rodia dijo Pulqueria Alejandrovna, un tanto ofendida . No hablo del presente, Dunetchka. Lo que Piotr Petrovitch nos dice en su carta y lo que tú y yo hemos sospechado acaso no sea verdad; pero usted, Dmitri Prokofitch, no puede imaginarse hasta qué extremo llega Rodia en sus fantasías y en sus caprichos... No he tenido con él un momento de tranquilidad, ni cuando era un chiquillo de quince años. Todavía le creo capaz de hacer algo que a nadie puede pasarle por la imaginación... Sin ir más lejos, hace año y medio me dio un disgusto de muerte con su decisión de casarse con la hija de su patrona, esa señora..., ¿cómo se llama...?, Zarnitzine. ¿Conoce usted los detalles de esa historia? preguntó Avdotia Romanovna. ¿Cree usted continuó con vehemencia Pulqueria Alejandrovna que habrían podido detenerle mis lágrimas, mis súplicas, mi falta de salud, mi muerte, nuestra miseria, en fin? No, él habría pasado sobre todos los obstáculos con la mayor tranquilidad del mundo. Él no me ha dicho ni una sola palabra sobre este asunto dijo prudentemente Rasumikhine , pero yo he sabido algo por la viuda de Zarnitzine, la cual por cierto no es nada habladora. Y lo que esa señora me ha dicho es bastante extraño. ¿Qué le ha dicho? preguntaron las dos mujeres a la vez.   149