Al fin el joven osó mirar más francamente a Avdotia Romanovna. Mientras
hablaba, le había dirigido miradas al soslayo, pero rápidas y furtivas. A veces,
la joven permanecía sentada ante la mesa, escuchándolo atentamente; a
veces, se levantaba y empezaba a dar sus acostumbrados paseos por la
habitación, con los brazos cruzados, cerrada la boca, pensativa, haciendo de
vez en cuando una pregunta, pero sin detenerse. También ella tenía la
costumbre de no escuchar hasta el final a quien le hablaba. Llevaba un vestido
sencillo y ligero, y en el cuello un pañuelo blanco. Rasumikhine dedujo de
diversos detalles que tanto ella como su madre vivían en la mayor pobreza. Si
Avdotia Romanovna hubiese ido ataviada como una reina, es muy probable
que Rasumikhine no se hubiera sentido cohibido ante ella. Sin embargo, tal vez
porque la veía tan modestamente vestida y se imaginaba su vida de
privaciones, estaba atemorizado y vigilaba atentamente sus propios gestos y
palabras, lo que aumentaba su timidez de hombre que desconfía de sí mismo.
Nos ha dado usted dijo Avdotia Romanovna con una sonrisa interesantes
detalles acerca del carácter de mi hermano, y lo ha hecho con toda
imparcialidad. Eso está muy bien; pero yo creía que usted lo admiraba... Sin
duda, como usted supone, debe de haber alguna mujer en todo esto añadió,
pensativa.
Yo no he dicho tal cosa..., aunque tal vez tenga usted razón. Sin embargo...
¿Qué?
Que él no ama a nadie y tal vez no sienta amor jamás afirmó Rasumikhine.
Es decir, que lo considera usted incapaz de amar.
¿Sabe usted, Avdotia Romanovna, que se parece extraordinariamente, e
incluso me atrevería a decir que en todo, a su hermano? dijo Rasumikhine sin
pensarlo.
Pero en seguida se acordó del juicio que acababa de expresar sobre tal
hermano, y enrojeció hasta las orejas. La joven no pudo menos de echarse a
reír al advertirlo.
Es muy posible que estéis los dos equivocados en vuestro juicio sobre Rodia
dijo Pulqueria Alejandrovna, un tanto ofendida . No hablo del presente,
Dunetchka. Lo que Piotr Petrovitch nos dice en su carta y lo que tú y yo hemos
sospechado acaso no sea verdad; pero usted, Dmitri Prokofitch, no puede
imaginarse hasta qué extremo llega Rodia en sus fantasías y en sus
caprichos... No he tenido con él un momento de tranquilidad, ni cuando era un
chiquillo de quince años. Todavía le creo capaz de hacer algo que a nadie
puede pasarle por la imaginación... Sin ir más lejos, hace año y medio me dio
un disgusto de muerte con su decisión de casarse con la hija de su patrona,
esa señora..., ¿cómo se llama...?, Zarnitzine.
¿Conoce usted los detalles de esa historia? preguntó Avdotia Romanovna.
¿Cree usted continuó con vehemencia Pulqueria Alejandrovna que habrían
podido detenerle mis lágrimas, mis súplicas, mi falta de salud, mi muerte,
nuestra miseria, en fin? No, él habría pasado sobre todos los obstáculos con la
mayor tranquilidad del mundo.
Él no me ha dicho ni una sola palabra sobre este asunto dijo prudentemente
Rasumikhine , pero yo he sabido algo por la viuda de Zarnitzine, la cual por
cierto no es nada habladora. Y lo que esa señora me ha dicho es bastante
extraño.
¿Qué le ha dicho? preguntaron las dos mujeres a la vez.
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