Marmeladof la reconoció.
Un sacerdote pidió con voz ronca.
Catalina Ivanovna se fue hacia la ventana, apoyó la frente en el cristal y
exclamó, desesperada:
¡Ah, vida tres veces maldita!
Un sacerdote repitió el moribundo, tras una breve pausa.
¡Silencio! le dijo Catalina Ivanovna.
Él, obediente, se calló. Sus ojos buscaron a su mujer con una expresión tímida
y ansiosa. Ella había vuelto junto a él y es