turno de pie junto al biombo. La puerta que daba a la escalera estaba abierta
para dejar salir el humo de tabaco que llegaba de las habitaciones vecinas y
que a cada momento provocaba en la pobre tísica largos y penosos accesos
de tos. Catalina Ivanovna parecía haber adelgazado sólo en unos días, y las
siniestras manchas rojas de sus mejillas parecían arder con un fuego más vivo.
Tal vez no me creas, Polenka decía mientras medía con sus pasos la
habitación , pero no puedes imaginarte la atmósfera de lujo y magnificencia
que habia en casa de mis padres y hasta qué extremo este borracho me ha
hundido en la miseria. También a vosotros os perderá. Mi padre tenía en el
servicio civil un grado que correspondía al de coronel. Era ya casi gobernador;
sólo tenía que dar un paso para llegar a serlo, y todo el mundo le decía:
«Nosotros le consideramos ya como nuestro gobernador, Iván Mikhailovitch.»
Cuando... empezó a toser . ¡Maldita sea! exclamó después de escupir y
llevándose al pecho las crispadas manos . Pues cuando... Bueno, en el último
baile ofrecido por el mariscal de la nobleza, la princesa Bezemelny, al verme...
(ella fue la que me bendijo más tarde, en mi matrimonio con tu papá, Polia),
pues bien, la princesa preguntó: «¿No es ésa la encantadora muchacha que
bailó la danza del chal en la fiesta de clausura del Instituto...?» Hay que coser
esta tela, Polenka. Mira qué boquete. Debiste coger la aguja y zurcirlo como yo
te he enseñado, pues si se deja para mañana... de nuevo tosió , mañana...
volvió a toser , ¡mañana el agujero será mayor! gritó, a punto de ahogarse . El
paje, el príncipe Chtchegolskoi, acababa de llegar de Petersburgo... Había
bailado la mazurca conmigo y estaba dispuesto a pedir mi mano al día
siguiente. Pero yo, después de darle las gracias en términos expresivos, le dije
que mi corazón pertenecía desde hacía tiempo a otro. Este otro era tu padre,
Polia. El mío estaba furioso... ¿Ya está? Dame esa camisa. ¿Y las medias...?
Lida dijo dirigiéndose a la niña más pequeña , esta noche dormirás sin
camisa... Pon con ella las medias: lo lavaremos todo a la vez... ¡Y ese
desharrapado, ese borracho, sin llegar! Su camisa está sucia y destrozada...
Preferiría lavarlo todo junto, para no fatigarme dos noches seguidas... ¡Señor!
¿Más todavía? exclamó, volviendo a toser y viendo que el vestíbulo estaba
lleno de gente y que varias personas entraban en la habitación, transportando
una especie de fardo . ¿Qué es eso, Señor? ¿Qué traen ahí?
¿Dónde lo ponemos? preguntó el agente, dirigiendo una mirada en torno de
él, cuando introdujeron en la pieza a Marmeladof, ensangrentado e inanimado.
En el diván; ponedlo en el diván dijo Raskolnikof . Aquí. La cabeza a este
lado.
¡Él ha tenido la culpa! ¡Estaba borracho! gritó una voz entre la multitud.
Catalina Ivanovna estaba pálida como una muerta y respiraba con dificultad. La
diminuta Lidotchka lanzó un grito, se arrojó en brazos de Polenka y se apretó
contra ella con un temblor convulsivo.
Después de haber acostado a Marmeladof, Raskolnikof corrió hacia Catalina
Ivanovna.
¡Por el amor de Dios, cálmese! dijo con vehemencia . ¡No se asuste!
Atravesaba la calle y un coche le ha atropellado. No se inquiete; pronto volverá
en sí. Lo han traído aquí porque lo he dicho yo. Yo estuve ya una vez en esta
casa, ¿recuerda? ¡Volverá en sí! ¡Yo lo pagaré todo!
¡Esto tenía que pasar!
exclamó Catalina Ivanovna, desesperada y
abalanzándose sobre su marido.
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