Es un bribón dijo el empapelador.
Hoy cualquiera se puede convertir en un bribón dijo la mujer.
Aunque no sea nada más que un granuja, debimos llevarlo a la comisaría.
Lo mejor es no mezclarse en estas cosas opinó el corpulento mujik . Desde
luego, es un granuja. Estos tipos le enredan a uno de modo que luego no sabe
cómo salir.
«¿Voy o no voy?», se preguntó Raskolnikof deteniéndose en medio de una
callejuela y mirando a un lado y a otro, como si esperase un consejo.
Pero ninguna voz turbó el profundo silencio que le rodeaba. La ciudad parecía
tan muerta como las piedras que pisaba, pero muerta solamente para él,
solamente para él...
De súbito, distinguió a lo lejos, a unos doscientos metros aproximadamente, al
final de una calle, un grupo de gente que vociferaba. En medio de la multitud
había un coche del que partía una luz mortecina.
«¿Qué será?»
Dobló a la derecha y se dirigió al grupo. Se aferraba al menor incidente que
pudiera retrasar la ejecución de su propósito, y, al darse cuenta de ello, sonrió.
Su decisión era irrevocable: transcurridos unos momentos, todo aquello habría
terminado para él.
VII
En medio de la calle había una elegante calesa con un tronco de dos vivos
caballos grises de pura sangre. El carruaje estaba vacío. Incluso el cochero
había dejado el pescante y estaba en pie junto al coche, sujetando a los
caballos por el freno. Una nutrida multitud se apiñaba alrededor del vehículo,
contenida por agentes de la policía. Uno de éstos tenía en la mano una linterna
encendida y dirigía la luz hacia abajo para iluminar algo que había en el suelo,
ante las ruedas. Todos hablaban a la vez. Se oían suspiros y fuertes voces. El
cochero, aturdido, no cesaba de repetir:
¡Qué desgracia, Señor, qué desgracia!
Raskolnikof se abrió paso entre la gente, y entonces pudo ver lo que provocaba
tanto alboroto y curiosidad. En la calzada yacía un hombre ensangrentado y sin
conocimiento. Acababa de ser arrollado por los caballos. Aunque iba
miserablemente vestido, llevaba ropas de burgués. La sangre fluía de su
cabeza y de su rostro, que estaba hinchado y lleno de morados y heridas.
Evidentemente, el accidente era grave.
¡Señor! se lamentaba el cochero . ¡Bien sabe Dios que no he podido evitarlo!
Si hubiese ido demasiado de prisa..., si no hubiese gritado... Pero iba poco a
poco, a una marcha regular: todo el mundo lo ha visto. Y es que un hombre
borracho no ve nada: esto lo sabemos todos. Lo veo cruzar la calle vacilando.
Parece que va a caer. Le grito una vez, dos veces, tres veces. Después
retengo los caballos, y él viene a caer precisamente bajo las herraduras. ¿Lo
ha hecho expresamente o estaba borracho de verdad? Los caballos son
jóvenes, espantadizos, y han echado a correr. Él ha empezado a gritar, y ellos
se han lanzado a una carrera aún más desenfrenada. Así ha ocurrido la
desgracia.
Es verdad que el cochero ha gritado más de una vez y muy fuerte dijo una
voz.
Tres veces exactamente dijo otro . Todo el mundo le ha oído.
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