La excentricidad de las libélulas que salen de las
alcantarillas
Se concede en su aliento gélido exhalado en las
calles del norte
Pérdidas entre gritos, sofás rotos y lápices afilados
Cubiertas por chubascos azules-grises que las
derrumban
Y ya en el suelo, reclaman al tiempo su espacio,
su auténtica homonimia
Recitan los cuentos que les fueron tatuados en
la mente
A través de golpes de sartén, agujas de costura
que duran siete años
Puntadas que atravesaron su linterna y a la
sombra develan sus figuras
No quieren reír aunque lo hacen, no quieren
llorar aunque lo hacen