mueren al año sin que nadie coma de su carne o los huevos que
ponen?
-No.- Musitó Facundo, parpadeando más de lo normal, a la par que
miraba al suelo. –No lo sé.-Por eso eres cazador de sueños… Bueno, es que yo también lo soy,
todos lo hemos sido y lo seguimos siendo, constantemente. Yo una
vez cacé un sueño… el de liberarlos. Y bueno, resulté ser buen jardinero. ¿Tu sueño fue esclavizar sueños?
-No
-Pues eso es lo que haces. Los usan como adornos, sin regarlos, sin
alimentarlos, sin cuidar de ellos, hasta que finalmente ceden ante la
muerte y el olvido que conlleva. ¿Te parece lindo? A mí me parece horrible. Es tan cómodo tratar de llenar vacíos con colecciones… sobre
todo si se coleccionan sueños. Se tragan su vida, la de los sueños, para
un respiro rápido, pero están demasiados inmersos en su adicción por
ellos, en su “vida”, que no se dan cuenta de que podrían trabajar sólo
en unos cuántos sueños y obtener de ellos aire para un buen rato, de
cada uno, en vez de pasar la vida entera trabajando sin parar, en instantes de interminables sueños rotos. No te imaginas la cantidad de
sueños que he visto esta semana en el desagüe...
Facundo se quedó en silencio. Quería decir algo, pero no se atrevía, o
no se le ocurría qué decir. Hacía diez minutos que estaba haciendo su
trabajo con la misma naturalidad de siempre, y ahora se sentía como
un delincuente, como una escoria más para el pobre planeta; le acababa de quitar el sentido a su vida un extraño vestido con andrajos y
hojas verdes atoradas en su cabello castaño enmarañado. ¿Cómo era
posible? ¿Sería posible que tuviera razón? ¿Y si la tenía…?
-Pues entonces, ¿qué hago?- preguntó por fin. –No puedo morir de