sabor de la gelatina. Solo permanecía el ansía de un
sentido divino; ese sentido que inmovilizaba a
todos los demás, esposándolos a tablas perpetuas
del olvido. Así es como todos nos manteníamos
tragando grandes bocanadas de esperanza, aun
cuando ya no podíamos movernos. Por ello, no
sentimos cuándo fue que nos expandíamos, sólo intentamos volver a patalear, algunos perdimos el
miedo para comenzar a flotar y ver nuestra piel
aislarse en numerosas partículas.
Hechos átomos volamos, pasamos universos,
con el cosmos, en épocas interminables para llegar
después a Tierra Nueva. Tierra con pasto mojado
del rocío en un amanecer. Era hora de acoplar cada
una de nuestras partículas y una a una, repoblar la
Tierra.
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