CORAZÓN DELATOR Agosto 2017 | Page 14

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York (que le parece feroz y muerta donde el poema debe pedir perdón por su existencia) y regresar a París, donde se encuentra con otra ciudad muy diferente a la que había dejado. Mayo del 68 había hecho estragos una generación y había parido otra muy distinta, con jóvenes americanizados y una sociedad que vivía para el trabajo.

El irse, como quien se va

Quienes la conocían aseguran que al volver de su viaje se cerró cada vez más y que tenían que controlarla porque ingería todo tipo de medicamentos, desde pastillas para estar más lúcida hasta pastillas para dormir. En 1970 hizo su primer intento de suicidio, aparentemente pastillas, pero es descubierta a tiempo y logra sobrevivir.

En 1971, publica El infierno musical y La condesa sangrienta. En el primero nos encontramos con una Alejandra más compleja, sus poemas se hacen más largos y rompen la métrica a la que estaba habituada, son escritos como prosa, son preguntas sin respuestas, son diálogos son ella misma, una disgregación total con su yo. En el segundo, con una obsesión más explícita, si bien antes se sentía su atracción por lo ”obscuro”, lo perverso, aquí se muestra en su totalidad.

por lo ”obscuro”, lo perverso, aquí se muestra en su totalidad.

A la presentación de “El infierno musical” se acercó mucha gente, quienes fueron aseguron haberse encontrado con una escritora radiante, locuaz, feliz. Y sin embargo, esa fue su carta de despedida.

Sus amigos y quienes la rodeaban, percibían sus cambios de ánimo, a veces bien, a veces extremadamente mal, llamando de madrugada para pedir auxilio.

En Enero de 1972 en una carta a Juan Liscano escribe “En Buenos Aires no aceptan que una poeta tenga necesidades. Oh, que se vayan a la mierda”.

Finalmente, en la madrugada del 25 de Septiembre, durante un fin de semana que había salido del hosital psiquiátrico donde se encontraba. Alejandra ingiere 50 pastillas de un barbitúrico (Seconal). Afirman, que fue Anna Becciú, que luego de llamarla varias veces fue hasta su casa a buscar unos libros, ya que tenía llave, ingresó y la encontró agonizando. Alejandra Pizarnik murió de camino al hospital.

En su pizarrón de trabajo, se leía: “No quiero ir/ nada más/ que hasta el fondo”.

Único testimonio de la voz de Alejandra leyendo un poema de Arturo Carrera. Escrito con un nictógrafo”. Fuente. La Tregua.