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Constelando con tus sueños 37 Junto con este dolor, esa misma noche secuestraron a mi tío Fabio y a mi primo José Andrés mientras aparcaban el coche cerca de la clínica. Al final no hubo más pérdidas humanas pero, sin duda, fue la noche más larga que hayamos vivido todos en la familia. La noche del velorio de mi padre, yo decidí no ver su cuerpo muerto. Prefería no llevarme esa imagen, quería recordarlo vivo y sonriendo. De pequeña me hacían ver a todos los difuntos de mi familia y era inevitable, siempre me quedaba con la última imagen que veía. Le dije a mi madre que tampoco lo viese. Según ella, lo acompañó a su lado en todo momento, pero no vio el cuerpo sin vida de mi padre. Yo simplemente no entré al velorio; me quedé fuera con mis amigos y primos, esperando a que todo acabara. Según es tradición en la religión católica, durante nueve días se hace un rosario para guiar al difunto a subir al cielo –los novenarios– se mantiene una vela y un vaso de agua para acompañarle en su camino. Una noche, mi madre y yo dormíamos juntas cuando se apagó la vela. A las dos nos daba pereza levantarnos para encender otra. Esa noche no podíamos seguir durmiendo. Yo escuchaba ruidos por la casa y a nuestros canarios cantando. Decidí levantarme, encender otra vela y ver a los canarios. Todos dormían. Fueron varias noches las que sentí a los canarios cantar y ruidos por la casa. Recordaba haberle dicho a mi padre: «Prefiero sentirte, papá, pero por favor, ¡no quiero verte!». Creo que mi corazón no soportaría la impresión de ver a otro ser que no sea de este plano. Mi padre consiguió la forma de manifestarse en mi vida y fue a través de su olor. Huelo a su perfume cuando está conmigo.