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34 María A. Cisneros Zerpa a la señora hablándole fuertemente para que dejase el cuerpo de mi padre y, luego de varios minutos, volvimos a escuchar la voz de mi padre. Yo fui incapaz de levantarme de la silla donde esperaba y nunca más hablamos de ese tema. Mi padre murió en el año 1996. Antes de su muerte, yo tuve constantes pesadillas durante casi dos semanas; no podía dormir bien por las noches. Él sufría de corazón y un par de meses antes se hizo una prueba de esfuerzo con resultados normales. Sin embargo, mi padre presentía algo. Recuerdo que se había tomado una foto tipo carnet para algún trámite y me dijo: «Se ve en mis ojos que está llegando mi momento de partir». Y yo le dije: «¡Papa no digas tonterías!». Él estuvo resfriado y no había medicamentos en casa. Recuerdo haber salido a la farmacia a buscarle algo que aliviara su malestar. Al poco tiempo tuvimos una discusión, algo muy frecuente entre los dos, pero en esa ocasión le pedí perdón inmediatamente, poco habitual en mí, ya que normalmente no lo hacía hasta después de haber pasado un tiempo, pero esa vez, de forma inconsciente, lo hice en ese mismo momento. El día de su muerte, 8 de agosto de 1996, recuerdo que él estaba comiendo en la cocina, yo estaba en mi habitación estudiando y mi hermana en la suya. Sentimos un golpe y salí corriendo; él se había caído al suelo y se dio en la cabeza. Salimos a pedir ayuda a los vecinos, pero yo no sabía el número de emergencia y llamé a mi amigo de la universidad, Jean Pierre, para que desde su casa llamara o hiciera algo. Llegaron los bomberos y, junto con los vecinos, bajaron a mi padre hasta la ambulancia. Fue trasladado a la clínica más cercana a mi casa y le intervinieron como pudieron; finalmente, murió mi héroe. Antes de su muerte pensaba que era el hombre más fuerte del mundo, pero los hombres más fuertes también mueren. Había sufrido un infarto fulminante y, aunque llegó vivo a la clínica, no pudieron hacer nada.