Comunion Revista Comunion nº 25 - 2012 | Page 6

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Antonia tenía un primo franciscano y este dato motivó, al parecer, que la primera solicitud de ingreso fuera dirigida a los hijos de San Francisco, que, si bien no disponían de convento en Trokóniz y en su entorno, eran muy conocidos por su presencia en el santuario guipuzcoano de Arántzazu, donde la gente del pueblo junto con los componentes de la “Laurea” peregrinaba una vez al año. Ahora bien, la carta de aceptación, aún siendo expedida, no llegó nunca a la familia Gamarra Mayor.

Entonces la atención del padre de Pepe se orientó a los trinitarios, sin que sepamos cómo los conoció. Y así, a la edad de 12 años (en 1935) entró Pepe en el seminario menor trinitario de Getxo–Algorta. En el viaje sólo le acompañó el padre, quien quedó impresionado al despedir a su hijito en la sala de visitas del convento y verle entrar con una maleta más abultada que su cuerpo. Pero no tardó en estallar la guerra civil (1936-1939) y, cuando los nacionales entraron en Algorta, los seminaristas tuvieron que ser evacuados y volver a sus familias. A Pepe su compañero Emiliano Guezuraga se lo llevó, en octubre de 1936, a su casa familiar de Rigoitia (Vizcaya); allí transcurrió seis meses, hasta el mes de marzo de 1937. Luego volvió a Trokóniz. En el otoño de aquel año, Roque recibió carta de los trinitarios indicándole que su hijo podía volver al seminario de Algorta.

Ultimados los estudios de bachillerato y ante la precaria situación generada por la guerra, José –así lo nombraremos a partir de este momento– fue enviado a

Livorno (Italia) para cumplir con el año de noviciado (1938–1939). Luego, cursó los estudios de filosofía en la Universidad Pontificia de Santo Tomás (Angelicum), de Roma (1939–1940), y de teología en la Universidad Pontificia de Salamanca (1943–1947), licenciándose en ambas disciplinas. Emitió la profesión solemne o perpetua en Alcázar de San Juan (Ciudad Real) el 23 de septiembre de 1945. Se llamaba entonces fray José de Jesús Nazareno.

Cargos institucionales en la Orden

Una vez ordenado sacerdote (Salamanca, 1–III–1947), el P. José fue maestro de estudiantes trinitarios en Salamanca (1947–1949) y de novicios en Algorta (1952–1955). A continuación le encomendaron tareas de gobierno, siendo ministro de la comunidad de Algorta (1955–1961) y, durante cuatro trienios (1961–1967; 1970–1976), ministro o superior provincial de la Provincia de la Inmaculada Concepción (España Norte). De nuevo fue maestro de novicios, esta vez en Salamanca, durante los años 1976-1977 y 1978-1980. De 1958 a 1983, en los trienios en que no ejerció como superior provincial, tuvo la encomienda de consejero provincial. Por último, durante doce años (1983-1995) fue Ministro General de la Orden.

Heraldo de la Santísima Trinidad

En la estampa-recordatorio de su primera misa, cantada en Trokóniz el 6 de abril de 1947, se lee: (debajo del escudo trinitario) «Gloria tibi, Trinitas. Ad majorem Sanctissimae Trinitatis gloriam»; (debajo de un cáliz) «Suscipe, Sancta Trinitas…». Es un detalle significativo del fuego que ardía en su corazón. En efecto, desde que estrenó el presbiterado, con su primer destino en el seminario trinitario de Getxo, el P. José se dedicó con pasión a promover el culto y la devoción a la Santísima Trinidad. Y así, fue el alma de un espléndido movimiento trinitario que rápidamente se fue extendiendo por España, alcanzando incluso los entornos de los conventos trinitarios de Europa y de América. Son muchas las iniciativas trinitarias que fueron brotando sin pausa del corazón de quien en sus escritos divulgativos se identificó alguna vez como «mínimo apóstol de la Santísima Trinidad». Mencionemos un puñado de ellas. Como primera plataforma de sus desvelos, creó en 1950 la Pía Asociación de Adoración Perpetua a la Santísima Trinidad y su boletín mensual Hoja Trinitaria. La cadena de asociados a la Adoración Perpetua sostenía una cruzada espiritual, consistente en que, a través del compromiso individual de consagrar media hora al día (en los primeros tiempos, una hora) a la oración ‘trinitaria’ (rezando al efecto alguna de las oraciones siguientes: ofrecimiento diario, acto de reparación, santo trisagio), se lograse que a todas horas y perpetuamente hubiera cristianos rindiendo culto a Dios Trinidad. El boletín aludido era, en sus primeros años, una simple Hoja de seis páginas (cuatro en el primer lustro), de las que las dos primeras ofrecían una reflexión espiritual del director, P. José Gamarra. Para dar más difusión a ese texto de apertura, el P. José lo imprimía aparte en mayor tirada con el título Hoja trinitarizadora.

Más adelante, en abril de 1958, dio vida al Secretariado de Apostolado Trinitario –con su oficina, locales apropiados y un equipo de colaboradores fijos– cuyo fin era «hacer a Dios Trinidad más presente en los individuos, en la familia y en la sociedad…, que el nombre santo de Dios Trinidad sea conocido por la masa del pueblo cristiano». Con tal propósito echó mano de todos los medios espirituales y propagandísticos a su alcance: cruzadas de misas, oraciones y sacrificios; «todos aquellos medios que, según los tiempos y las circunstancias, se juzguen más oportunos y eficaces para acercar a Dios a los hombres y elevar a los hombres hasta Dios: charlas, conferencias, retiros, campañas y actos de propaganda, propaganda escrita, guiones radiofónicos, la práctica de la consagración de las familias a la Santísima Trinidad, la de los Primeros Domingos, etc., etc.», como recordaba el propio P. José, mientras reiteraba «que nuestro apostolado es urgente y muy actual».

Como ya hemos mencionado, en el año santo de 1950 fundó la revista Hoja Trinitaria, y lo hizo con el deseo expreso de secundar la llamada del papa Pío XII a reconstruir Europa –destrozada por la Segunda Guerra Mundial– según el Corazón de Dios. Escribía en la presentación: «Hoja Trinitaria recorrerá todos los meses, con paciencia, abnegación y amor, los caminos de España, penetrará en claustros y hogares… Quiera el Señor que esta voz amistosa, mensajera de la verdadera paz y de la más honda felicidad, encuentre eco en muchos corazones y hogares cristianos, que logre inyectar un poquito de entusiasmo por el Huésped amoroso de nuestras almas, a fin de que se multiplique el número de los que elevan sin cesar desde este lugar de desierto, con espíritu de reparación y de amor, en unión de Jesús y María y de los bienaventurados todos del cielo el Santo, Santo, Santo a la amabilísima, santísima y augustísima Trinidad».

Durante su primer decenio de vida, Hoja Trinitaria fue dirigida también por el P. Gamarra y experimentó un constante crecimiento en páginas y lectores. Al dejarla (junio de 1961) –a causa de su cargo de Superior Provincial– el P. José se despidió de sus lectores con unas breves palabras, de las que entresacamos éstas: «Juntos hemos trabajado hasta la fecha, animados por los mismos ideales trinitarios, y me hago la ilusión de que juntos continuaremos también en adelante, hasta el fin, hasta la eternidad, con el mismo afán clavado en el alma, de que nuestro Dios Trinidad reine entre los hombres, en sus inteligencias, en sus almas y en sus vidas, con su gracia, con su paz y con su amor».

Recordemos algunas otras actividades suyas. Puso mucho interés en promover la consagración a la Santísima Trinidad en los hogares, en los colegios, en los hospitales…, con cuyo propósito ideó la llamada entronización de la Santísima Trinidad mediante una oración–consagración, por él formulada, y la colocación de una imagen o un cuadro de la Trinidad en un lugar preferente. Por medio de octavillas y la acción capilar de las familias ya consagradas, esa práctica tuvo un incremento sorprendente extendiéndose, en su primer decenio de existencia, no sólo por toda España, sino también por varios países europeos, por Hispanoamérica, Estados Unidos y Canadá. Con idéntico celo, inició la práctica de la visita domiciliaria de la Santísima Trinidad, consistente en ir llevando de casa en casa una pequeña urna con la imagen para que la familia depositaria, durante dos o tres días, renovara su ofrecimiento a Dios Trinidad. En seguida se fueron colocando urnas de ese tipo en muchos pueblos de Vizcaya y, sucesivamente, en otras provincias y en ciudades de presencia trinitaria como Madrid, Salamanca, Barcelona… Convencido de que «la devoción a la Santísima Trinidad podría y debería ser la más popular», distribuyó a millares el Trisagio breve y un Acto de ofrecimiento por él redactado para uso de las familias y de las personas particulares. Ningún instrumento disponible fue desatendido: aparte los señalados, el P. José organizó cursillos de formación y colocó propagandistas del Secretariado Trinitario por toda la geografía española, formó equipos volantes que recorrían colegios, escuelas, etc., dando a conocer a Dios Trinidad por medio de charlas, filminas, grabaciones en cinta magnetofónica, etc.; puso en marcha un programa radiofónico mensual titulado «Luz pulverizada» al que se suscribieron casi un centenar de emisoras; emprendió una cruzada de misas diarias por el reinado de la Trinidad en el mundo; difundió el rezo del oficio parvo de la Santísima Trinidad; etc. Inculcó la dedicación especial del primer domingo de cada mes a la Santísima Trinidad.

El apostolado trinitario promovido por el P. José contó con el respaldo del obispo de Bilbao, Mons. Pablo Gúrpide, quien al inicio de 1957 tuvo a bien incluso dirigir a sus diocesanos una carta pastoral centrada precisamente en el conocimiento y en la glorificación de la Trinidad y en la que, entre otras disposiciones finales, incluía éstas:

1. Que los primeros domingos de cada mes se dediquen de manera especial a desagraviar a nuestro Dios Trinidad por todas las ofensas que en el mundo se le infieren, rezando en las misas… alguna oración a propósito y pidiendo que se establezca pronto en un mundo y mejor, según el corazón de Dios, el dulcísimo reinado de gracia, de paz y de amor de la Santísima Trinidad.

2. Como prolongación y complemento de la primera gran consagración del cristiano a la Santísima Trinidad (el bautismo)…, recomendamos vivamente a nuestros diocesanos consagren también sus hogares, por medio de Jesús y María, a la Santísima Trinidad, colocando su imagen en los mismos y reservándole, como debe ser, el lugar de preferencia.

3. Es de desear que, como antaño, también ahora resuene en las iglesias y en las casas el rezo del Santo Trisagio…

4. Aprovechen los sacerdotes tantas ocasiones como se les presentan durante el año… para instruir debidamente a los fieles en torno al más augusto y más amable de los misterios, el de la Santísima Trinidad, para que la amen y glorifiquen en su vida de cada día».

A esta lista de actuaciones habría que agregar muchas más de que está transida la trayectoria apostólica del P. José Gamarra en todas sus fases. En los párrafos sucesivos irán despuntando otras. El celo por hacer conocer y amar al Dios revelado por Jesucristo ha sido siempre, en efecto, el resorte principal de su ministerio y de sus escritos. Ello se evidencia de forma clara en sus actividades y mensajes (cartas circulares, homilías, exhortaciones) en el período de su responsabilidad como superior mayor de la Orden, tiempo en el que se sintió doblemente motivado en ese sentido por su condición también de presidente del Secretariado Trinitario general.

Recordemos, finalmente, que a lo largo de medio siglo –hasta que, por motivos de salud, en 2007 se vio forzado a recoger su pluma– fue una de las más apreciadas firmas de Hoja Trinitaria y un soporte seguro de las tareas desarrolladas por el Secretariado Trinitario de Salamanca, medios, ambos, de propagación de la devoción a la Santísima Trinidad.

Fiel a las pautas del Concilio Vaticano II

Todos los que han convivido con el P. José antes y después del concilio Vaticano II (1962–1965) han sido testigos del cambio sustancial operado en su persona y en su modus operandi a impulsos, justamente, de las directrices conciliares.

Coincidiendo con la etapa preparatoria del concilio, vivió una experiencia también muy marcante como misionero en tierras americanas. Concretamente, durante casi ocho meses (septiembre 1960–abril 1961), estuvo enrolado en las misiones especiales que se desarrollaron en Buenos Aires, Santiago de Chile y sobre todo en varias ciudades de Colombia, como Cali, Palmira, Pradera, Argelia, Monte Bello, Popayán, La Cruz, Heliconia, Medellín, Bogotá, etc. Luego, antes de su regreso a España, visitó a los hermanos trinitarios de Estados Unidos, Canadá y Francia. A raíz de esa gira apostólica, en un saludo a los lectores de Hoja Trinitaria (título: «Después de ocho meses de ausencia»), escribía: «Otros nuevos e inmensos campos se ofrecen a nuestro celo por la gloria de nuestro Dios. Quisiera por eso que considerarais también vosotros, todos vosotros, un poco como vuestra esta enorme responsabilidad que yo siento ahora gravitar en mi conciencia de humilde apóstol de la Trinidad, después de haber recorrido de sur a norte las dos Américas, principalmente Hispanoamérica, y de haber convivido con aquellos hermanos nuestros, tan necesitados de nuestra ayuda, sobre todo en las actuales circunstancias, quizá, bajo algunos aspectos al menos, las más críticas de su historia. Ojalá llegue pronto el día en que podamos hacer más». Y, en el número sucesivo de la revista (junio 1961), describió con pinceladas fuertes, bajo el epígrafe «América Latina, en trance de vida o muerte», la preocupante situación social y religiosa que había conocido y que había sacudido fuertemente su conciencia. América –concluía el artículo– «necesita urgentísimamente de una ayuda inteligente, amplia y verdaderamente eficaz, de medios y de personal… Está siendo ya demasiado tarde.

Aquel terreno está abonado para revoluciones que, si no se hacen por la derecha, encontrarán el camino marxista como única solución… Pidamos que llegue a establecerse el verdadero reino de Dios Trinidad entre todos los hombres, basado en la justicia y en la caridad».

Pero hablemos del impacto del Vaticano II en su personalidad. Lejos de sentir miedo o zozobra ante el vuelco de actitudes, enfoques, estilos, modos de pensar y actuar de cara a Dios (por ejemplo, con la renovación litúrgica) y de cara a los hombres y al mundo –con una repercusión directa, a veces dramática, de todo ello en el modus vivendi de las comunidades religiosas–, se abrió gozoso y plenamente disponible a las pautas conciliares viendo en ellas el soplo seguro del Espíritu Santo. Allí donde otros sacerdotes y religiosos experimentaron desazón y desconcierto, él percibió vigor y empuje para emprender una vida nueva. Los que le habían conocido como un fraile severo y riguroso (consigo mismo y con los demás), meticuloso cumplidor de las observancias regulares, serio y poco hablador, tras su periplo misionero en América y sobre todo a raíz del concilio (1962-1965) lo vieron transformado en un trinitario sensible y humano, dialogante y comprensivo, ardiente en su fe y amable en sus modales. Su celo sacerdotal se tornó ardoroso; su talante se tiñó de alegría y entusiasmo.

Una demostración de ello la hallamos en el librito que escribió el año 1970 con el significativo título Cristianos nuevos. Aún hoy, cuarenta años después, sus páginas resultan actuales y estimulantes. En particular testimonian la docilidad con que el P. José Gamarra abrazó la gran novedad aportada por el Concilio Vaticano II a la Iglesia, en sintonía con la novedad de los tiempos. Es algo que se refleja ya en el sumario del escrito: «1. Ante unos tiempos nuevos. 2. Hacia una nueva imagen del hombre, del mundo y de Dios. 3. El Dios nuevo. 4. Hacia un cristianismo nuevo. 5. Cómo deben ser los cristianos nuevos». En su presentación «al lector», leemos frases como las siguientes:

«Todos vamos siendo ya conscientes de que nos encontramos en una época de transición, en el umbral de una era nueva. Ello se debe, fundamental y principalmente, a una serie de cambios profundos y radicales en todos los órdenes… Está surgiendo así una nueva imagen del hombre y del mundo… A la nueva imagen del hombre y del mundo tiene que corresponder una imagen igualmente nueva de Dios… La secularización constituye una llamada urgente para que purifiquemos la imagen de Dios, para que descubramos al Dios nuevo de este mundo nuevo y también, consiguientemente, las nuevas formas, igualmente purificadas, de la religión, o sea, el cristianismo auténtico, el nuevo estilo de vida cristiana… A base de reflexiones que considero al alcance, si no de todos, sí de los más, desearía arrojar un poco de luz y aportar algo más de orientación e impulso a tantos cristianos que, o se sienten a veces vacilantes en su fe o, por lo que sea, no acaban de adoptar en su vida una postura consecuente y seria, tal y como Dios, la Iglesia y el mundo mismo nos piden. Ofrezco este trabajo con la mayor ilusión, en primer lugar, a los jóvenes. No sólo porque está escrito pensando en el futuro y sois vosotros los que, al decir del Concilio en su mensaje a la Juventud, estáis llamados a construir el mundo del mañana, un mundo mejor que el de nuestros mayores, sino también porque fue a través de los distintos contactos con la juventud seglar y religiosa como llegué a apasionarme del tema…»

Sus reflexiones las apoya en los documentos conciliares, especialmente en las constituciones Lumen Gentium sobre la Iglesia y Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual, y en los discursos de Pablo VI. Caracteriza a los “cristianos nuevos” como cristianos sobrenaturales y humanos, pobres pero alegres, fuertes y libres, testigos y rebeldes. ¿También rebeldes? Sí, rebeldes, porque, como subraya el P. José en las páginas finales de la obra –páginas que, al releerlas, me han impresionado vivamente– lo exige el Evangelio mismo (quienes se escandalizan ante ese término «no han leído el Evangelio, no lo han asimilado», p. 141); porque, lejos de ser «un asunto de burgueses, tranquilos y cómodos», se trata de un compromiso por la justicia; porque hemos de ser intolerantes, inconformistas y combativos contra la violencia armada y contra «la violencia del subdesarrollo, del hambre y de las injusticias» («sólo mediante una verdadera revolución se puede llegar a superar la violencia», p. 143). «Quede, pues, bien claro que un cristiano, por serlo, no puede no ser un inconformista, un contestatario, un revolucionario, un rebelde. Se lo hace ser, se lo tiene que hacer ser el amor a Dios y a los hombres que se supone lleva dentro. Exactamente como Cristo, el más rebelde de la historia, el que vino a traer fuego, espada y guerra. Fruto de todo lo cual es precisamente la paz, su Paz» (p. 144).

Tras reclamar en todos, comprendidos los «religiosos y religiosas en general e incluso los contemplativos», «una actitud de cristianos conscientes y responsables, comprometidos y rebeldes», el P. José hace esta consideración: «Seguramente la actual crisis de la vida religiosa, esa especie de esclerosis que se ve que padece, se deberá, sí, a muchos fenómenos ambientales y sociales ajenos, extraños a ella, pero también, y en muy buena parte, quizás, a una grande falta de perspectiva de fe en la manera de vivirla, a ese cierto aburguesamiento y mundanización, en el mal sentido de la palabra, en el que es tan fácil caer y cuyas consecuencias últimas no son fácilmente previsibles» (p. 146). Este cristianismo genuino –subraya el autor– tenemos que «vivirlo y hacerlo vivir. Hasta que nos llegue a doler» (p. 142).

En fin, a los que hemos tratado de cerca al P. José (yo, desde hace cincuenta años), se nos han representado encarnadas en él esas notas que asigna a los “cristianos nuevos”.

Desde el capítulo general de 1965 hasta el de 1971, el P. José fue uno de los más activos protagonistas del proceso de actualización del espíritu y de la misión de los trinitarios. En este sentido, participó en congresos y encuentros organizados con tal fin, en vistas también a reformular, a tenor de las orientaciones del concilio, el código legislativo de la Orden. En el mismo contexto histórico, siendo superior provincial –y también como presidente del Secretariado de Apostolado de la Provincia (1973-1979)–, puso particular empeño en potenciar la acción social liberadora de la Orden Trinitaria partiendo del lema plurisecular: “Gloria a ti, Trinidad, y a los cautivos, libertad”. Sus iniciativas apostólicas siempre han puesto de relieve los dos polos de la frase: La Santísima Trinidad, vivida y glorificada en el servicio liberador a los pobres y los marginados. De esta forma condujo a los trinitarios a asumir nuevas tareas auténticamente liberadoras sobre todo en América Latina y Madagascar, en particular a favor de los encarcelados.

Otro capítulo muy destacable de sus desvelos, siempre en consonancia con los impulsos renovadores del concilio, es el relativo a la promoción de un laicado adulto y comprometido. Fue en todo momento una de sus inquietudes principales. Ya hemos aludido a alguna de sus muchas iniciativas al respecto. En Algorta, Madrid y Salamanca creó en los años setenta el movimiento O.A.N. (Obra de ayuda al necesitado). El núcleo de su ideario: vivir en la calle y en los hogares el binomio Trinidad y liberación, es decir, servicio a las personas necesitadas del entorno con la fuerza del amor trinitario y también respaldar desde España las obras sociales asumidas por la Orden Trinitaria en Madagascar y América Latina. Por ejemplo, en Salamanca comenzó dicho movimiento apenas cesó en su cargo de superior provincial (1976). Llegó a formar cuatro grupos de O.A.N. donde había matrimonios, señoras y señoritas, jóvenes (algunos universitarios)… La dirección (hasta el año 1983, en que se trasladó a Roma) corrió obviamente a su cargo: reuniones semanales, retiros, ejercicios espirituales, excursión anual… Durante algún tiempo, las ideas y proyectos del grupo tuvieron como cauce informativo un humilde boletín, a máquina y fotocopiado, llamado “Nuestras cosas”. La pregunta recurrente en las reuniones era: ¿qué necesidades concretas de nuestro barrio podemos aliviar? De esa preocupación nació cierto día la creación de un espacio parroquial reservado a las personas jubiladas, al que llamaron bonitamente Hogar de la Amistad.

Al servicio de las religiosas contemplativas

Al P. José Gamarra deben mucho las religiosas contemplativas españolas en general y las monjas trinitarias en particular. Demos primero alguna noticia acerca de su ayuda a estas últimas. Prácticamente, desde los inicios de su ministerio sacerdotal predicó retiros y ejercicios espirituales a varias de las comunidades. Luego, a raíz del concilio Vaticano II, fue el encargado de encauzar el proceso de unificación de las tres ramas existentes (Monjas Trinitarias Calzadas, Monjas Trinitarias Descalzas y Monjas Trinitarias Recoletas), proceso concluido felizmente con la unión jurídica de las tres ramas (1966), la vestición de un idéntico hábito religioso (1967) y la aprobación de las constituciones comunes ad experimentum (1972).

Más tarde, delegado ad hoc por la Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares (decreto del 22-III-1980), promovió y coordinó la libre federación de los monasterios trinitarios de España. Para ello, recorrió los 16 monasterios existentes en territorio español exponiendo a las monjas los beneficios de la federación y participó en varias asambleas –entre ellas, la I Semana de Espiritualidad Trinitaria, en el monasterio de El Toboso– en orden a crear el necesario “espíritu de Federación”. Atento a eludir la precipitación y todo atisbo de presión externa, y consciente de que era «necesario un tiempo previo de reflexión y preparación», creó un boletín interno denominado La federación, que sirviera «como instrumento de información y comunicación». Salieron cuatro números en total, todos redactados por él: el primero en julio de 1980 y el último dos años más tarde. Recordaba en el número inicial que decir espíritu de la Federación «es lo mismo que decir espíritu evangélico de solidaridad y comunión» y que «este espíritu pide como precio una verdadera y nueva conversión y tiene que ser objeto también de una humilde y ferviente oración».

El borrador de los estatutos, redactados bajo su supervisión, estaba listo a mediados de 1981. El 14 de junio de ese año, fiesta de la Santísima Trinidad, culminó el período de reflexión y discernimiento. Optaron por la federación trece monasterios.

El dicasterio romano para los religiosos, con el decreto aprobatorio de los estatutos (1-X-1981), dio por constituida la Federación de las Monjas de la Orden de la Santísima Trinidad. El ministro general de la Orden, P. Ignacio Vizcargüénaga, en la carta que con tal motivo dirigió a las monjas federadas, tuvo a bien dedicar estas palabras al P. José: «Mi gratitud, y de manera muy particular, al P. José Gamarra, alma, guía y motor del proyecto “federación”. Su paciencia, su prudencia y su amor a la vida contemplativa han jugado una buena baza en los planes de la Trinidad».

Naturalmente, el P. Gamarra siguió asesorando a las monjas hasta la celebración de la primera asamblea federal electiva (Salamanca, junio de 1982). En esa ocasión manifestó a las monjas su satisfacción con estas palabras: «Me doy por satisfecho si con esta labor llevada a cabo durante este tiempo he contribuido siquiera modestamente a que os sintáis con una conciencia más viva, con un mayor deseo y con un compromiso más fuerte de ser cada vez más todas una».

En cuanto a las religiosas contemplativas de las diversas órdenes, hay que decir que han sido objeto de su amoroso y constante desvelo sacerdotal. En este sentido, en el arco de más de tres décadas, fue colaborador fijo del instituto pontificio CLAUNE (Claustros necesitados), dedicado a auxiliar material y espiritualmente a las comunidades contemplativas femeninas. Durante varios años colaboró estrechamente con el P. Gerardo Escudero, cmf, primer director general del instituto hasta el año 1981 y, a continuación, lo hizo con el nuevo director general, el P. José María Mesa, cmf. Todos los monasterios de España y muchos de Latinoamérica se han beneficiado de los desinteresados servicios del P. José dispensados mediante la dirección de ejercicios espirituales y de retiros, folletos, charlas dactiloescritas o grabadas en cintas, artículos en la revista Claune, etc. Mencionemos tres de sus “cuadernos Claune de espiritualidad”, saboreados en todos los monasterios: Aprender a orar en la Escuela de San Simón de Rojas (1988); Vida espiritual, vida trinitaria (1999); Dios Trinidad en tu vida (2002).

Ministro General

El capítulo general de 1983, desarrollado a lo largo de un mes (22 de mayo al 22 de junio) en Rocca di Papa (Roma) y en el que el P. José Gamarra participaba como delegado de su provincia, tuvo a bien elegirlo, el día 25 de mayo, Ministro General –82º sucesor de San Juan de Mata–, cargo que desempeñará durante dos mandatos seguidos (1983–1995). Entre otras decisiones, dicha asamblea capitular examinó y aprobó de forma definitiva las nuevas constituciones de la Orden, acordes con las pautas conciliares y que desde 1971 habían funcionado ad experimentum. Con el decreto aprobatorio de la Santa Sede (17-XII-1984), entraron en vigor el 2 de junio de 1985, fiesta de la Trinidad. El P. José fue uno de los artífices directos de la reforma legislativa de la Orden.

Al promulgar las elecciones y los acuerdos del capítulo general, se encomendó a las oraciones de sus hermanos de hábito y les confió: «Nada me podía hacer pensar en mi elección como primer responsable de la Orden. En verdad, tengo que confesar que me ha costado asumir esta responsabilidad y, consciente de mis límites, sigue costándome. Sin embargo, he creído que debo aceptarla viendo en ello la voluntad de la Trinidad Santísima expresada a través de los capitulares. Por eso la he aceptado –y la acepto– plenamente, con espíritu de abandono filial en Dios, de servicio a todos vosotros y, al mismo tiempo, con sentimientos de esperanza y de paz». A continuación expresaba estos sentimientos emergentes en su ánimo: «de agradecimiento a la Santísima Trinidad por sus grandes ayudas y bendiciones»; «de adhesión y plena obediencia a las líneas programáticas capitulares»; «de disponibilidad y servicio», con el compromiso de «mantenerme siempre en una actitud sincera de escucha, comprensión y diálogo» hacia todos los hermanos. Y concluía con la consigna común, resumida en tres términos: fidelidad, unidad, creatividad. Poco después, al inicio de 1984, entre las propias «líneas de actuación» para el sexenio, se propuso, además de atenerse, naturalmente, a las normas de la Iglesia y de la Orden, «estar atento a los nuevos tiempos y situaciones, a la escucha de todos los hermanos, en la docilidad al Espíritu y en comunión con el Magisterio de la Iglesia»; y, entre sus objetivos como animador, se prefijó «tener siempre y en todo presente nuestra identidad en el ser y en el actuar…, el cometido más apasionante y urgente», y «estimular y promover la solidaridad y la colaboración en toda la Familia Trinitaria».

Al mismo tiempo, en su calidad de presidente del secretariado trinitario general y como anunció entre sus propósitos, puso un empeño singular en: «ayudar a avivar la conciencia de la dimensión trinitaria de nuestra vocación», haciendo que esa dimensión, «sobre todo en su aspecto existencial en relación con el misterio de la Trinidad, tenga mayor influjo en nuestra vida individual y comunitaria, en nuestra pastoral y en nuestras obras de liberación»; en promover el laicado trinitario, «intentando renovar y actualizar las asociaciones trinitarias tradicionales»; procurar «la renovación de la adoración perpetúa a la Santísima Trinidad y la práctica del santo trisagio»; cultivar «una buena relación de colaboración con los institutos de la Familia Trinitaria»; trabajar para que nuestras comunidades «sean verdaderos centros de irradiación trinitaria, comenzando por una formación y un modo de vivir profundamente trinitarios».

Pues bien, de hecho fueron ésas las tareas que, fundamentalmente, polarizaron sus desvelos al frente de la Orden. Fueron doce años (1983-1995) –habiendo sido reelegido como ministro general en 1989– intensísimos: varias visitas pastorales anuales a las distintas jurisdicciones, encuentros y asambleas (de la Orden y de la Familia Trinitaria); comunicaciones escritas; etc. Especialmente ricas y estimulantes fueron sus numerosas “cartas circulares”, mensajes y cartas familiares (con ocasión de la fiesta de la Trinidad, fin o comienzo de año, etc.), comunicaciones, dirigidas a la Orden y a la Familia Trinitaria: algunos textos extensos y muy trabajados –sobre temas de fondo como la consagración a la Trinidad, la dimensión mariana, los santos y beatos de la Orden, el espíritu de familia–, otros a modo de breves reflexiones y exhortaciones. Entre todos darían para un amplio volumen de espiritualidad trinitaria.

En su camino como Ministro General el Señor le deparó providencialmente una serie de citas o encuentros histórico-místicos con la Virgen María y los santos de la Orden, que resultaron reconfortantes para su espíritu y estimulantes para su tarea de gobierno. Al inicio recibió una ayuda especial del Señor con la beatificación del P. Domingo Iturrate (30 de octubre de 1983), joven trinitario vasco fallecido con apenas 26 años (7 de abril de 1927), cuando nuestro personaje llevaba ya tres años largos en este mundo. En esa ocasión escribió la carta circular El beato Domingo Iturrate del Stmo. Sacramento, un modelo y un mensaje para la Orden y para la entera Familia Trinitaria, hoy (14-XII-1983). Dos años después, el décimo aniversario de la canonización de San Juan Bautista de la Concepción –había sido incluido entre los santos el 25-V-1975– le motivó para beber en el magisterio del Reformador trinitario y proponer a los hermanos una jugosa reflexión sobre el mismo (carta circular De cara al futuro, 28-IV-1985). En 1987 fue el 25º aniversario de la proclamación de la Virgen del Buen Remedio como Patrona de la Orden Trinitaria (Juan XXIII, 1962) lo que le indujo a promover –sobre todo a través de una muy bien elaborada carta circular Con María hacia una nueva etapa (31-V-1987)– una renovada toma de conciencia de la dimensión mariana de la vida del trinitario. El 3 de julio de 1988, dentro del especial Año Mariano, llegó el momento feliz de la canonización de Simón de Rojas, ocasión que inspiró al Ministro General otra de sus cartas circulares más sólidas Fieles a la propia llamada (11-V-1988). Luego tocó el turno a la venerable Ángela Mª de la Concepción, fundadora de las Monjas Trinitarias de El Toboso (Toledo), en el III Centenario de su muerte (1961-1991), causa para que el P. José compartiera con los hermanos de la Orden otra luminosa meditación Fieles a Dios en la historia. Con la Venerable Ángela María de la Concepción, Reformadora y Maestra espiritual (Carta circular, 28-I.1991). Le siguió de cerca el IV Centenario del nacimiento de San Miguel de los Santos (1591-1991), efemérides importante que dio pie a otro texto sustancioso del Ministro General San Miguel de los Santos en el IV Centenario de su nacimiento (Carta circular, 22-VIII-1991).

Dos años más tarde el P. José, Ministro General, tuvo la satisfacción de vivir con gozo el VIII Centenario de la inspiración fundacional de la Orden Trinitaria (1193-1993). Y, como requería dicho acontecimiento, proclamó el “Año Jubilar Trinitario 1993” y puso particular interés en celebrarlo con diversos actos y encuentros de oración y reflexión. No podía faltar, tampoco en esta circunstancia, la oportuna carta circular –por cierto, muy entrañable e interpelante para los trinitarios– En diálogo con nuestro Padre y Fundador San Juan de Mata. Por último, un año más tarde, se produjo aún otro evento familiar: la beatificación de Isabel Canori Mora (24 abril 1994), encuadrada en el Año de la Familia. Fue una ocasión que el P. José aprovechó para impulsar la espiritualidad de los laicos trinitarios. Expresó algunas de sus ideas al respecto en un artículo publicado en L’Osservatore Romano (25-26 abril 1994) con el título En la espiritualidad trinitaria la fuente de su gran amor. Singular esmero puso el P. José, durante todo su generalato, en acrecentar la relación y colaboración con todos los miembros de la Familia Trinitaria, en línea con las orientaciones capitulares en este campo. Algún que otro botón de muestra. De acuerdo con los diversos institutos trinitarios, dio vida a la I Asamblea Intertrinitaria, que tuvo lugar en Majadahonda (Madrid) del 25 al 31 de agosto de 1986 y se centro en el tema “Somos Familia” (los días precedentes, se celebró en el mismo lugar y con el mismo argumento la congregación general de la Orden). Fue una reunión preparada a conciencia a través de diversas etapas de estudio y reflexión, de análisis de la realidad, de cuidada programación en vistas a obtener resultados duraderos. Todo un hito para la Familia Trinitaria, como se evidenció en la numerosa y representativa presencia de religiosos, religiosas y laicos de varios países, y, particularmente, en el hondo aliento resultante al espíritu de familia. En consecuencia, el Consejo General de la Orden asumió como programa para el año 1987 el de «impulsar el crecimiento del ser y hacer familia» y para todo el trienio (1986-1989) el de «ayudar y fomentar el progreso en el ser y hacer familia».

Una parte integrante de ese programa era, lógicamente, el fomento de un laicado trinitario renovado y fuerte, necesidad en la que insistió también mucho el P. José, Ministro General. Por ejemplo, convocó un importante encuentro intertrinitario sobre el laicado (Roma, 24-II-1988), que formuló las líneas esenciales de la regla de vida del laicado trinitario. A partir de ahí se fue elaborando el Proyecto de vida del laicado trinitario, texto respaldado por la Santa Sede en el que se reconocen los diversos grupos actuales vinculados a la Orden Trinitaria. Con honda satisfacción lo presentó oficialmente el P. Gamarra el día de Pascua de 1990, aunque la aprobación por parte de la Congregación de Religiosos no se produciría hasta el 15 de noviembre del año 2000. La segunda Asamblea Intertrinitaria (Athis Mont, París, 18-24 julio 1993) sirvió también para reforzar los lazos de familia y dar un paso decisivo con la constitución del Consejo permanente de la Familia Trinitaria y del Consejo internacional del Laicado Trinitario.

Guía espiritual

El P. José ha dedicado desde que era novel sacerdote una atención especial a la dirección espiritual de decenas y decenas de religiosos y religiosas, sacerdotes, laicos. En particular, han sido muchas las religiosas que se han beneficiado de su sabia dirección espiritual. Sensible a los medios modernos, ha sabido utilizar con soltura los recursos que ofrecían las cintas magnetofónicas, antes, y en los últimos años, Internet, para hacer llegar sus mensajes espirituales a cuantas más personas fuera posible. A lo largo de varios decenios, ha sido uno de los predicadores de retiros y ejercicios espirituales más solicitados por monjas, frailes y grupos cristianos comprometidos.

Toda esa labor la ha desplegado el P. José con particular intensidad a partir de 1995, una vez que, concluida residencia en Roma, se retiró al convento de Salamanca y pudo retomar todas las tareas que había tenido que interrumpir: predicación de retiros y ejercicios espirituales a religiosos, religiosas, grupos laicales…; atención espiritual al Hogar de la Amistad; escritos y charlas para monjas de clausura; colaboración con el Secretariado Trinitario…. Desde 1995 hasta 2006 ha sido también director espiritual del Colegio Mayor trinitario de Salamanca.

Hoy, con sus 87 años de edad y afectado por la enfermedad del Alzheimer, el P. José Gamarra no puede ejercer actividades físicas. Pero, con su ejemplo y su oración continua –y con rostro inalterablemente sereno y sonriente– continúa siendo un soporte precioso para los hermanos que convivimos con él y, en general, para la Orden y –¿por qué no decirlo?– para toda la Iglesia (en virtud de la comunión de los santos). Consume sus días santamente junto a los sagrados restos de su padre y fundador San Juan de Mata.

Ha entregado su alma a Dios en Salamanca, junto a los sagrados restos del Fundador San Juan de Mata, en la madrugada del domingo 1 de julio de 2012. El lunes, día 2, a las 11 de la mañana se celebró el funeral y el entierro.

como superior provincial, tuvo la encomienda de consejero provincial. Por último, durante doce años (1983-1995) fue Ministro General de la Orden.

Heraldo de la Trinidad

En la estampa-recordatorio de su primera misa, cantada en Trokóniz el 6 de abril de 1947, se lee: (debajo del escudo trinitario) «Gloria tibi, Trinitas. Ad majorem Sanctissimae

Cargos institucionales

Una vez ordenado sacerdote (Salamanca, 1–III–1947), el P. José fue maestro de estudiantes trinitarios en Salamanca (1947–1949) y de novicios en Algorta (1952–1955). A continuación le encomendaron tareas de gobierno, siendo ministro de la comunidad de Algorta (1955–1961) y, durante cuatro trienios (1961–1967; 1970–1976), ministro o superior provincial de la Provincia de la Inmaculada Concepción (España Norte). De nuevo fue maestro de novicios, esta vez en Salamanca, durante los años 1976-1977 y 1978-1980. De 1958 a 1983, en los trienios en que no ejerció